Reseña: ‘Prisioneros’ (2013)

Keller Dover se enfrenta a la peor pesadilla de un padre. Anna, su hija de seis años, ha desaparecido, junto a su amiga Joy, y a medida que los minutos se convierten en horas, le va invadiendo el pánico. Desesperado, decide que no tiene más remedio que ocuparse personalmente del asunto, pero ¿hasta dónde está dispuesto a llegar este padre desesperado para proteger a su familia?

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Ficha Técnica

Título: Prisioneros

Título Original: Prisoners

Director: Denis Villeneuve

Guion: Aaron Guzikowski

Musica: Jóhann Jóhannsson

Fotografia: Roger Deakins

Productora: WB / Alcon Entertainment / 8:38 Productions / Madhouse Entertainment

Año/País: 2013 / Estados Unidos

Duración: 146 min.

Género: Thriller | Secuestros / Desapariciones. Venganza

Reparto: Hugh Jackman, Jake Gyllenhaal, Viola Davis, Maria Bello, Terrence Howard, Melissa Leo, Paul Dano, Mike Gassaway, Dylan Minnette, Len Cariou, Wayne Duvall, Jane McNeill, Sandra Ellis Lafferty, Tiffany Morgan, Todd Truley

Web oficial: http://prisonersmovie.warnerbros.com/

Enlace IMDB: http://www.imdb.com/title/tt1392214/

Puntuación IMDB: 8,2/10

Enlace Sensacine.com: http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-180887/

Puntuacion Sensacine.com: 3,5/5

Crítica

El thriller es uno de los géneros más prolíficos y que mejores han resultado, históricamente, en taquilla a lo largo de los años. Es más, ha dado lugar a subgéneros que gozan de muy buena salud en nuestros días, como las películas de venganzas, drogas, de colegas o de secuestros, por citar solo unos pocos. Los films cuyo tema principal está basado en la desaparición de un ser querido corren el riesgo de ser injustamente tratados como películas de sábado para televisión, debido al componente familiar indisolublemente unido a ello. Suelen representar excusas para que padres o madres-coraje (sobre todo estas últimas) demuestren su fortaleza y resistencia ante una maldad invisible e incomprensible, donde el enemigo acaba siendo focalizado como un enfermo que no tiene cabida en el sistema, en nuestra sociedad. Es decir, una visión complaciente y cobarde de la mente criminal, alejada por decreto de la bondad innata del ser humano. Afortunadamente no siempre ha sido así, y bastantes obras maestras hay para constatarlo. Touch of Evil (Orson Welles, 1958), Key Largo (John Huston, 1948), The Collector (William Wyler, 1965) o Misery (Rob Reiner, 1990) mostraban la peligrosidad del ser humano de a pie, convertidos en delincuentes por problemas sociales o simples cuestiones monetarias. Prisoners no solo aspira a formar parte de este último grupo, sino que puebla cada fotograma con reminiscencias visuales modernas heredadas de parte del cine de los setenta y noventa, donde la construcción de la imagen es tan importante como el subtexto de la misma. Por eso mismo el primer referente que se me vino a la cabeza pasados unos minutos fue el Seven de Fincher (1995), donde la investigación del crimen era incluso más relevante que el propio crimen en si o su desenlace. En la misma linea que Zodiac (David Fincher, 2007), Gone Baby Gone (Ben Affleck, 2007), Changeling (Clint Eastwood, 2008) o Mystic River (Clint Eastwood, 2003), thrillers dramáticos modernos con ecos de un proceso de elaboración cinematográfica diferente, casi novelesco, donde el viaje del héroe/víctima/ambiguo verdugo conducía a otras vertientes fascinantes. Emplear la trampa principal a modo de excusa para explorar a nuestros personajes, ponerlos a prueba y hacer otro tipo de lecturas de las mismas situaciones de siempre, desde otro enfoque completamente nuevo y sin viciar. Prisoners, siguiendo los modelos antes citados, lo consigue a través de un acercamiento aún más policíaco que dramático, donde la tragedia es una consecuencia pero no el origen de los acontecimientos. A fuego lento, a modo de novela negra, con personajes cuya brújula moral es puesta a prueba casi desde el inicio del film, con reacciones para todos los gustos donde encontraremos tanto a nuestro propio yo como a la persona que jamás desearíamos ser. Es buen cine disfrazado de cine comercial por la repercusión de sus estrellas, cosa que no debe engañarnos a la hora de juzgar o darle una oportunidad a la cinta. Ojalá existieran más propuestas adultas de este tipo, rara avis en una cartelera cargada de secuelas, comedias intrascendentes, superhéroes meditabundos y estrellas juveniles que no deberían salir de internet. Hay pocas producciones comerciales inteligentes como Prisoners en la actualidad, salvo State of Play (Kevin MacDonald, 2009), The Debt (John Madden, 2011) y alguna que otra más.

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Uno de los aspectos más fascinantes de la película de Denis Villeneuve lo ubicamos en un ingenioso guión firmado por Aaron Guzikowski, donde encontramos un amplio espacio para la reflexión en las habituales fórmulas de comportamiento del ser humano. Guzikowski pone el dedo en la llaga a una sociedad mojigata, puritana en exceso, sobreponiendo sus valores y educación antes incluso que la vida humana. La ética y la moral bordea la estupidez en algunos casos y la contención de nuestros instintos nos aleja de nuestros orígenes animales para acercarnos a la insensibilidad implantada por una suerte de comunidad 2.0. En Prisoners tenemos varias visiones de un mismo conflicto. La desaparición de dos niñas obliga a los personajes brillantemente interpretados por Hugh Jackman, Viola Davis, Maria Bello y Terrence Howard a tomar un camino, una decisión vital para encontrar con vida a las pequeñas. Cada uno de ellos representa un modelo de conducta típico de la sociedad, una variable de posibilidades que abarca un mayor sector de población al poder escoger entre cuatro disyuntivas morales. El reformista, el progresista, el que no espera a nadie porque se sabe solo y desprotegido en un mundo donde las injusticias están a la orden del día. El conservador que confía en un sistema que nunca le ha fallado, básicamente porque nunca ha tenido que verse en un dilema de tal calibre. Sin embargo, su opción es encomendarse a él, por fragilidad y falta de experiencia. El indeciso, el neutral, el «suizo» de turno, que bajo ningún concepto interferirá en los planes del revolucionario, pero que tampoco piensa mancharse las manos. Tiene tanta confianza en los superhéroes callejeros como en el Gobierno, sin atreverse a conceder más porcentaje concreto a uno que a otro. Y por último, la víctima a la que la situación le supera totalmente y no puede siquiera enfrentarse a ella, dependiendo plenamente del resto. Una amplia gama de pautas procedimentales que podemos resumir en actuar o aguardar. Es cierto que la película termina por escoger uno de los bandos con su final, pero aún así estimula un poderoso debate ante la idoneidad del ojo por ojo en situaciones desesperadas. En una nación fascinada por el mal donde las malas noticias empapan las televisiones americanas en sus telediarios, en el cual se puede comprar un arma de fuego con la misma facilidad que un tornillo y en el que matanzas escolares son justificadas mediante la simple exclamación de la Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos…¿Es posible confiar en alguna institución pública? Una simple escena protagonizada por Paul Dano y un perro deja claro el significado de la violencia en este país más que cualquier documental bienintencionado. ¿Cómo no guiarse por una mínima sospecha ante la amenaza de perder a un ser querido? Obviamente, no justifico algunos de los comportamientos del personaje encarnado por Hugh Jackman, pero es entendible hasta cierto punto que en la desesperación desinformada de un padre de familia, encargado de su seguridad (sociedad patriarcal donde el hombre provee y protege a los suyos, con un asumido deber prosaico para con ellos), no solo bordee sino que sobrepase ciertos límites en aras de reparar el orden en su prole y redimirse ante los suyos volviendo a ganarse su afecto y admiración. Como resultado, la enésima cavilación entre la justificación de los medios para lograr un fin llega a un punto inconcluso ante la participación de otro factor tan determinante como inesperado:la ley (Jake Gyllenhaal). La ambigüedad moral que promociona el libreto adquiere tintes dramáticos ante la progresiva implicación de Gyllenhaal en la búsqueda, a través de la consecución de acciones difícilmente reparables. La oscuridad se torna implacable a medida que vamos descubriendo jugosos detalles de los implicados. Como decía antes, igual que en una buena novela policíaca.

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Todas estas consideraciones morales y éticas nos llevan a otra pregunta esencial de la película:¿Qué es un buen hombre? Gusta mucho separar el bien del mal, tener al enemigo señalizado y bien marcado, encerrado donde no pueda hacer daño. Pero, en la mayoría de ocasiones, es utópico intentar separar el mal del hombre, pues ambos existen y cohabitan en un mismo cuerpo, rodeado de sangre, vísceras y corazón. Por lo tanto, esa pregunta (que queda hábilmente sin responder en la película) tiene la misma respuesta al principio que al final de la cinta:jamás lo sabremos. Todas las acciones están motivadas por algo, ya sea salvar a alguien querido, protegerse o buscar un buen botín por problemas económicos. El puro mal existe. Las ansias de dañar al prójimo también. Y eso Prisoners no lo esconde. Las enfermedades mentales no ejercen como excusa ni como justificación de la existencia de la vileza. Como podemos escuchar de boca de niñas y perturbados emocionales, el Joker es el héroe y Batman el aburrido. Ni siquiera la presencia de David Dastmalchian es casual, ya que lo podemos reconocer como uno de los fanáticos seguidores del payaso homicida de The Dark Knight (Christopher Nolan, 2008). A nadie parece importarle que la interpretación del himno nacional americano luzca de manera desastrosa, conscientes de que el patriotismo no es más que una pantomima con la que controlar el estado nervioso de las masas. Los planos iniciales son propios de una película de terror donde la calma y el vacío preceden a la tempestad, así como la presentación de espaldas del supuesto héroe del relato, el personaje de Gyllenhaal, nos prepara para lo peor («espera lo mejor pero prepárate la peor» suelta el bueno de Jackman). La incesante necesidad de los personajes por culpabilizar a alguien más allá del propio asesino (del que se asume su falta de humanidad, las familias no cuestionan sus razones ni creen necesario entender su persona) esconde una exigencia personal aún mayor por expiar y purgar sus pecados, sus intranquilas almas, donde el cuestionamiento de la fe no sea una opción y sus lamentos se puedan concentrar en un elemento solido, científico. La dirección sosegada de Villeneuve posibilita el lucimiento de su impresionante reparto (Melissa Leo y Paul Dano también merecen reconocimiento), con abundantes planos medios y fijos, donde el drama va in crescendo y la tensión fluye con una parsimoniosa facilidad. Hace tres años quedé prendado de la monumental Incendies (2010), otro retrato familiar desde un prisma diferente, pero donde sus señas de identidad jugaban en favor del conjunto. No había planos gratuitos ni casuales, todo parecía existir por alguna razón, tal como en Prisoners cada escena aporta algo a la trama, ya sea profundización en la psicología de los personajes o como nacimiento y aprovisionamiento de subtramas que nutran el núcleo central del relato (por cierto, Villeneuve estrena en breve Enemy, otro thriller con Gyllenhaal al que habrá que estar pendientes). Poco nuevo que decir ante el verdadero genio visual del film, un Roger Deakins que se supera película a película aunque parezca imposible. En este caso, la crudeza y, al mismo tiempo, belleza de sus imágenes, es uno de los alicientes para mantenernos pegados a la butaca las casi dos horas y media que dura Prisoners, un thriller dramático accesible para todo el mundo pero que solo disfrutarán plenamente aquellos que escarben en lo profundo de su ser y se cuestionen su rol en la ruinosa sociedad actual. 

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