Reseña: ‘Las Sesiones’ (2012)

¿POR QUÉ LLAMARLO MIEDO A LA SOLEDAD CUANDO EN REALIDAD ES AMOR?

Mark O’Brien (John Hawkes), un poeta y periodista tetrapléjico y con un pulmón de acero que decide que, a sus 38 años, ya es hora de perder la virginidad. Con la ayuda de su terapeuta y la orientación de un sacerdote (William H. Macy), Mark se pone en contacto con Cheryl Cohen-Greene (Helen Hunt), una profesional del sexo.

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Ficha Técnica

Título: Las sesiones

Título Original: The Sessions (The Surrogate)

Director: Ben Lewin

Guion: Ben Lewin

Musica: Marco Beltrami

Fotografia: Geoffrey Simpson

Productora: Fox Searchlight Pictures

Año/País: 2012 / Estados Unidos

Duración: 98 min.

Género: Drama. Comedia. Romance | Basado en hechos reales. Comedia dramática. Discapacidad. Cine independiente USA

Reparto: John Hawkes, Helen Hunt, William H. Macy, Moon Bloodgood, Annika Marks, W. Earl Brown, Blake Lindsley, Adam Arkin, Ming Lo, Jennifer Kumiyama, Robin Weigert, Jarrod Bailey, Rusty Schwimmer

Web oficial: http://www.foxsearchlight.com/thesessions/

Enlace IMDB: http://www.imdb.es/title/tt1866249/

Puntuación IMDB: 7,5/10

Enlace Sensacine.com: http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-193256/

Puntuacion Sensacine.com: 3/5

Sinopsis

Mark O’Brien (John Hawkes), un poeta y periodista tetrapléjico y con un pulmón de acero que decide que, a sus 38 años, ya es hora de perder la virginidad. Con la ayuda de su terapeuta y la orientación de un sacerdote (William H. Macy), Mark se pone en contacto con Cheryl Cohen-Greene (Helen Hunt), una profesional del sexo.

Crítica

Hollywood es un nido de víboras conservadoras capaces de escandalizarse por un pecho femenino desnudo en pantalla pero venerar sin escrúpulos el uso de armas y violencia indiscriminada en sus películas de acción. Ellos son así. Por eso gran parte de las producciones con el tema del sexo como trasfondo pertenecen al llamado cine independiente, con estrenos en festivales o limitadas salas del país, cine europeo o cine asiático. Películas británicas como The Dreamers (Bernardo Bertolucci, 2003), portuguesas como A comédia de Deus (Joao César Monteiro, 1994), francesas como Better Moon (Roman Polanski, 1992), italianas como Il fiore delle mille e una notte (Pier Paolo Pasolini, 1974) o alemanas como Tagebuch einer Verlorenen (Georg Wilhelm Pabst, 1929) han tratado esta materia en diferentes épocas, situaciones, estilos y ambientes, pero siempre alejados de la castradora visión americana. Pero como dije antes, el cine independiente norteamericano y su clara influencia europea han posibilitado el nacimiento y éxito de directores como Paul Thomas Anderson, Todd Solondz o Harmony Korine (entre otros), interesados en ir más allá del simple esbozo sexual y pretendiendo dotar a su cine de realismo y crudeza sexual. Ahí es cuando aparece The Sessions y su uso del sexo no como tema principal, sino como herramienta narrativa para elaborar con precisión una determinada relación de personajes en un ambiente «neutral» para ambos. Evidentemente, The Sessions no es Last Tango in Paris (Bernardo Bertolucci, 1972) ni lo pretende. El sexo no es una parte vital y arraigada en las vidas de nuestros protagonistas como lo eran en los personajes maravillosamente interpretados por Brando y Schneider. Sin embargo, ambas se valen del placer y desconocimiento sexual para narrarnos una historia sobre la madurez, la enseñanza, la experiencia y la soledad. Con tonos diametralmente opuestos (donde Last Tango in Paris es un cruel drama con un amargo final, The Sessions alterna comedia y desengaño de forma más ligera), los dos largometrajes siguen una estructura similar y arrojan profundas reflexiones sobre nuestra naturaleza más primitiva. El film de Ben Lewin trivializa el aspecto físico del contacto humano para mostrar más análisis y conclusiones de lo que, a nivel emocional, esto supone para el ser humano. El guión, escrito por el propio Lewin, construye de manera eficaz el vínculo entre los personajes de los geniales Hawkes y Hunt y se permite el lujo de manifestar sus impresiones sobre el acto sexual con una sutileza digna de elogio. No se ha filmado una sola escena gratuita, no sobra ningún desnudo y nada parece realizado con fines provocativos. Lo que está en la película no sobra y, desde luego, nada falta. Igualmente Lewin demuestra gran elegancia y respeto por sus personajes y esto, aunque parezca una estupidez, lo podemos comprobar en una escena muy simple. El director y guionista nos muestra como uno de los personajes elige usar una almohada doble en lugar de una normal. Es la primera vez que vemos a ese personaje y este hecho minúsculo y aparentemente sin importancia, ayuda a redondearlo y darle vida, naturalidad, humanidad. Son estos nimios detalles los que colaboran en una correcta construcción de personajes.

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The Sessions reflexiona sobre la repercusión de la religión en nuestra forma de afrontar la vida y el sexo, como en casi todas las religiones es visto como castigo más que como divertimento, o como una simple rutina para engendrar. Este sentimiento católico y cristiano es más fuerte en las personas creyentes, necesitadas de fe o de líderes autoritarios. En pleno Siglo XXI es chocante ver como todavía muchas personas se dejan influenciar por la Iglesia a la hora de afrontar sus relaciones sexuales, incluso aquellas que son profesadas hacia nuestra propia pareja legal. El cómico cura interpretado por el gran William H. Macy simboliza, no obstante, una vertiente de la Iglesia algo más moderna y flexible, más humana podríamos decir, que se fija más en la particularidad del problema de la persona, más que afrontarlo de forma general. Es en ese punto cuando confirmamos que estamos ante un film independiente que no tiene que rendir cuentas a un gran estudio y se permite este uso jocoso de la religión para ejemplificar su repercusión en el mundo del sexo de pareja. De hecho, es la propia Biblia la que nos relata el nacimiento de la vergüenza que, en la mayoría de casos, choca frontalmente con la capacidad para sentir placer sin culpa. Otra reflexión interesante es la propia negación del sexo como remedio para no alcanzar la madurez, el llamado Síndrome de Peter Pan. Unir sexo y madurez es algo normal para nosotros y nuestro protagonista, incapacitado físicamente, no desea que el hecho de dejar atrás la virginidad le introduzca de lleno en una vida llena de responsabilidades y tareas propias de un hombre medio, absorto en la rutina. En su estoica resistencia a consumar el acto no hay en realidad más que el miedo al coito, a no cumplir las expectativas y la propia timidez de aquel que jamás ha visto a una mujer desnuda. El temor al enamoramiento o a ser destrozado por un posible abandono también queda retratado con elegancia en el guión de Lewin. Las caretas de O,Brien (Hawkes) para crearse su propio personaje y no sufrir apenas tienen recorrido ya que es un ser profundamente emocional y sentimental, de ahí su intención de protegerse haciendo acopio de una personalidad ajena a la suya. El humor como autodefensa y elemento eficiente para desvirtuar un asunto amoroso no nos es ajeno y en el film emerge con gran poder, arrancándonos sonrisas por doquier, alternando humor amable y blanco con el más corrosivo y, en algunos casos, cruel. En ningún momento cae Lewin en la sensiblería a pesar de estar mostrándonos una historia sensible y algo patética, aunque en algunos instantes se pueda hacer un uso algo intencionado de cierta música instrumental. La química entre una bellísima (igual no físicamente pero interiormente desprende…algo) Helen Hunt y un conscientemente infantil John Hawkes son la mitad de la película, dando vida a unos personajes cautivadores y extremadamente humanos, tanto que duelen. Macy proporciona el desahogo y la frescura que la historia necesita, demostrando una vez más porque es uno de los mejores secundarios de los últimos veinte años. Hunt afronta con naturalidad y dignidad su desnudez integral y el director de The Favor, the watch and the very big fish (1991) acierta plenamente presentándonos su personaje en cueros a las primeras de cambio, favoreciendo de esta forma la fácil aceptación del público ante este hecho, que se repetirá varias veces más a lo largo de la película.

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La cinta juega con la propia experiencia de los espectadores en el terreno sentimental. ¿Quién no le ha dicho alguna vez a alguien «te quiero» sin saber lo que esas palabras van a desencadenar? Esa inseguridad propia de cualquiera de nosotros es lo que posibilita que el relato se nos haga cercano y familiar, evitando cualquier atisbo de superficialidad y situaciones extremadamente raras. En este caso, el «te quiero» cumple nuestros más tristes presagios. Es curioso como una relación sana, que cumple sus pautas debidamente establecidas, puede finalizar por la manifestación de amor más grande que existe, por un sentimiento positivo. Volvemos de nuevo a confirmar como el rechazo a las ataduras es más determinante que nuestra aspiración de amar y ser amado. Posiblemente, manifestar nuestro cariño y aprecio por otro ser humano va acompañado de un aumento de la relación a nivel emocional y un descenso en lo físico. En este caso, no es gratuito que nuestro protagonista sea descapacitado físico en una evidente muestra de simbología que expresa las trabas que nuestro cuerpo presenta en ocasiones a nuestra cabeza. O,Brien prefiere otorgar placer antes que recibirlo porque de esa manera la parte que más siente es la cabeza, siendo saciada tanto de orgullo como de satisfacción al saberse creadora de algo positivo. Una vez más la predilección de la mente al cuerpo por parte de Lewin. Es interesante resaltar como el director norteamericano desarrolla la trama de los personajes principales como si de una relación normal se tratase, no como trabajadora y cliente, sino como novios que van atravesando distintos niveles de dificultad en sus citas con los problemas típicos de ello. Practican sexo en casas de amigos, moteles, con sus propios rituales, con sus propias conversaciones después del sexo más inocente que se pueda imaginar. Una relación atípica, si, pero con razón Cheryl (Hunt) cuenta con una estricta regla:no más de seis sesiones por paciente. ¿Nos está diciendo Lewin que doce horas es el tiempo qué se tarda en amar a una persona? ¿Realmente se puede medir el amor en un espacio temporal rutinario? Mi respuesta es que no pero lo imprevisible y el azar son partes fundamentales en esto, nunca sabemos cuando vamos a encontrar el amor y, como O,Brien, nunca sabremos a ciencia cierta como distinguir el amor del cariño o del miedo a la soledad. Lewin no da respuestas absolutas, ahí radica la genialidad de su guión, porque ni él mismo puede determinar si nuestra primera vez sería más estimulante si se produjera de forma consensuada o en cambio lanzarnos a la aleatoriedad salvaje de quien desea que el destino le sorprenda. Ni idea, solo sabemos que tenemos cuerpo para surtir a nuestra cabeza y esta, a su vez, a nuestro corazón. Mark O,Brien, fallecido hace años, estaría orgulloso de su retrato fílmico.

 

Nota: 8/10

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