Reseña: ‘The Master’ (2012)

LA FE DE P.T.ANDERSON SEGÚN WELLES, POLANSKI Y BERGMAN.

Drama sobre la Iglesia de la Cienciología. Lancaster Dodd (Seymour Hoffman), un intelectual brillante y de fuertes convicciones, crea una organización religiosa que empieza a hacerse popular en Estados Unidos hacia 1952. Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un joven vagabundo, se convertirá en la mano derecha de este líder religioso. Sin embargo, cuando la secta triunfa y consigue atraer a numerosos y fervientes seguidores, a Freddie le surgirán dudas.

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Ficha Técnica

Título: The Master

Título Original: The Master

Director: Paul Thomas Anderson

Guion: Paul Thomas Anderson

Musica: Jonny Greenwood

Fotografia: Mihai Malaimare Jr.

Productora: The Weinstein Company / Annapurna Pictures / Ghoulardi Film Company

Año/País: 2012 / Estados Unidos

Duración: 137 min.

Género: Drama | Años 50

Reparto: Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, Laura Dern, Kevin J. O’Connor, Rami Malek, Jesse Plemons, Fiona Dourif, David Warshofsky, Lena Endre

Web oficial: http://www.themasterfilm.com/

Enlace IMDB: http://www.imdb.com/title/tt1560747/

Puntuación IMDB: 7,8/10

Enlace Sensacine.com: http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-176279/

Puntuacion Sensacine.com: 5/5

Sinopsis

Drama sobre la Iglesia de la Cienciología. Lancaster Dodd (Seymour Hoffman), un intelectual brillante y de fuertes convicciones, crea una organización religiosa que empieza a hacerse popular en Estados Unidos hacia 1952. Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un joven vagabundo, se convertirá en la mano derecha de este líder religioso. Sin embargo, cuando la secta triunfa y consigue atraer a numerosos y fervientes seguidores, a Freddie le surgirán dudas.

Crítica

Siempre he considerado a Paul Thomas Anderson un director obsesionado con la imperfección. Con la imperfección del alma humana, de la violencia, de nuestros valores, de nuestro cuerpo, de la forma de amar de los seres humanos. Esa imperfección se hizo extensible a la construcción y facturación de sus propios films, salpicados y modificados indirectamente por las decisiones erróneas de sus dramáticos y sufridores personajes, en constante persecución de un sueño imposible que daba lugar a una devastadora frustración. En cada nueva película, Anderson hace acopio de temas tabús para la hipócritamente conservadora sociedad americana. En Sidney (1996), su debut cinematográfico, narraba una historia de amor, juego y celos cimentada en la mentira y la negación del pasado. Boogie Nights (1997), su mejor film hasta la llegada de The Master, trata sobre la efímera fama que puede proporcionar el negocio del sexo y su derivación en prostitución y mala vida. Magnolia (1999), sobrevalorada cinta demasiado dependiente del cine de Altman, construía su base dramática sobre el perdón y la redención del ser humano. Punch-Drunk Love (2002) versa sobre la toxicidad de ciertos amores. Y There Will Be Blood (2007), su último film hasta este año, se presenta como un minucioso estudio sobre la religión, la codicia y la violencia. ¿Qué hay en común en todos ellos y qué también comparten con The Master? La imperfección de sus personajes, como Anderson utiliza cada segundo de metraje para alejarlos gradualmente de su condición de humanos hasta que están tan alejados de si mismos, a tanta distancia, que pueden divisarse como un punto en un gran espacio y acometer una completa separación de sus valores (si es que los tienen), sus errores, sus defectos y sus posibles vías de escape o redención. En ocasiones no hay salvación posible, ya sea por la engorrosa coyuntura (Magnolia) o por decisión propia (There Will Be Blood), pero lo importante es que han podido presenciarse como individuos ajenos a su persona por una vez (como lo haríamos en un sueño, por ejemplo) y han tenido opción. Ahí radica uno de los grandes dramas del cine de Anderson, sus personajes, sean decentes o demonios, siempre tienen opción de elegir el camino correcto o el menos malo. Pero su ceguera, orgullo o incompetencia los arrastra a un mar de autodestrucción, padecimiento y cólera. Podría decirse que Anderson ha realizado sus films anteriores únicamente para llegar a The Master, ya que este engloba los temas y las tesis de todos ellos y los conduce a otro nivel. Más maduro, más siniestro, más provocador, más general, más equilibrado y más…imperfecto. Porque The Master está repleto de perfectas incorrecciones y contradicciones que, extrañamente, derivan en una película perfecta dentro de la filmografía del director norteamericano. Esa tesis doctoral sobre la violencia que es There Will Be Blood tiene aquí su continuación con la presentación de extraños brotes psicóticos aleatorios en el personaje que interpreta magistralmente Joaquin Phoenix. ¿De dónde viene la violencia? ¿Nacemos con ella? ¿La desarrollamos con el transcurrir natural de la vida? ¿Es nuestra naturaleza? Afortunadamente el realizador californiano no nos ofrece una única respuesta (sino caería en lo mismo que el peligroso personaje de Hoffman) sino múltiples alusiones a nuestra evolución, nuestro origen animal, el impacto de la sociedad sobre el individuo, el condicionante del azar y la aleatoriedad. En un proceso tan cerebral como visceral, el autor de Sidney descompone emocionalmente a un ser humano, desproveyéndolo parcialmente de razón y autocrítica, para acometer una deconstrucción que permita su transformación, una mutación hacia lo opuesto de su naturaleza. El medio empleado para ello es la existencia de una amenazadora secta liderada por un hombre totalmente endiosado, culto, instruido, inmune a la objetividad ajena (salvo cuando esta es protagonizada por su esposa) y obsesionado, aunque no lo nombre directamente, con modificar la idea del superhombre de Nietzsche. Anderson dibuja a Lancaster Dodd (otra interpretación para el recuerdo de Hoffman y van…) como una persona con una escala de valores propios que considera pura y positiva cualquier idea que surja de su cabeza, condenando al escepticismo o al rechazo las reflexiones externas. Ese totalitarismo es la base de su credo, él su propio profeta y el ejercicio espiritual su medio de expresión con sus seguidores.

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Mucho se ha hablado de The Master como un film que adapta y denuncia los métodos de la famosa iglesia de la Cienciología. Considero a Anderson un tipo inteligente y no me creí que fuera capaz de dedicarle 137 minutos a denunciar una creencia en lugar de mostrarla y permitir un juicio independiente y libre por parte de los espectadores. Evidentemente, escoge la segunda opción y contamos con el poder de decisión que nos hubieran negado otros autores como Loach, Stone o Costa-Gavras. Realmente no me parece nada interesante analizar la Cienciología en si, y si mucho más como muestra el director el impacto de las sectas en la sociedad y sus individuos. La destrucción del hombre y su escala de valores es el cimiento primordial de estos grupos religiosos que suelen seleccionar personas altamente influenciables o volátiles con el objetivo de sumar seguidores rápidamente y posicionar su poder de convocatoria sobre ellos y, sobre todo, ante la sociedad. Freddie Quell (Phoenix), un juguete roto por las secuelas de la guerra, es un borracho trastornado al que le cuesta mantener un trabajo normal. Anderson nos hace hincapié en el hecho de que se encuentre alejado de su familia, con un trauma amoroso inconcluso y con el alma perdida entre bandazos. Es el sujeto perfecto para incubar en él el deseo de permanecer a un grupo, club o familia que lo entienda, que lo acepte tal como es y, al mismo tiempo, pueda sentirse realizado. Que el encuentro entre los dos hombres se produzca de manera fortuita puede parecer una anécdota pero desmenuzando poco a poco el guión, se puede intuir que no es así. Anderson le ha otorgado constantemente al azar un papel fundamental en su filmografía como causante de desgracias e, igualmente, como germen de una relación tormentosa entre dos o más personas. ¿Por qué entra Quell en ese barco? ¿Por qué Dodd no lo expulsa inmediatamente? ¿Cómo han llegado a coincidir dos seres tan extremadamente opuestos pero tan contradictoriamente similares en el mismo espacio, lugar y tiempo? The Master es una película que juguetea con la filosofía y, como buen filósofo, no obtenemos del director y guionista más respuestas que las que podemos encontrar en cualquier artículo sobre la materia:el azar no tiene causa, solo ocurre y es esa sensación de inseguridad la que rige nuestro destino, sin saber si nuestros actos nos llevarán o librarán del mismo. Quell experimenta lo mismo, no sabe si entregarse a la causa o rechazarla, si de verdad cree en ella o únicamente en la brillante mente de Dodd, personaje hipnótico y enfermizo, como la propia película. El absorbente guión de Anderson plantea la negación de la naturaleza animal del hombre y el uso de las regresiones como base del entendimiento de la vida por parte de la secta, prevaleciendo siempre el interior al exterior, la mente al cuerpo. Aspectos que chocan con la obsesión por el sexo, el deseo carnal y la incesante caída en los vicios terrenales de nuestro protagonista, produciéndose de esta manera una batalla intelectual, espiritual y física entre ambas formas de vivir. La ausencia de las propias habilidades que si posee el contrincante, provoca en ambos una fascinación y repulsión mutua, a modo de delirante relación (casi) homoerótica. La escena del interrogatorio sin pestañear es un magnífico ejemplo de ello y se convierte, por méritos propios, en una de las escenas más radicales y deslumbrantes de la historia del cine.

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Paul Thomas Anderson realiza una película muy americana en el fondo pero terriblemente europea en la forma, con un sentido del ritmo cinematográfico característico en su último cine y que aquí ha sabido llevar hasta otro estado. El Bergman de Det sjunde inseglet (1957), el Welles de Citizen Kane (1941), el Polanski de Nóz W. Wodzie (1962) o el Buñuel de Cet obscur objet du désir (1977) se dan cita en una curiosa mezcla que tiene como resultado The Master, un film enfermizamente oscuro donde se respira un ambiente de peligrosidad y terror constante al acecho en cada esquina que nos hace imposible relajarnos y bajar la guardia. Esta vez no hay rastro del adorado Altman de Anderson y si del Kubrick más paranoico y sesudo, sobre todo en la banda sonora de Jonny Greenwood, amenazantemente presente durante gran parte del metraje e instalándose con aplastante facilidad en nuestra cabeza. El realizador de Magnolia opta por la repetición de fotogramas cuidadosamente calculados en distintas fases de la cinta, provocando en nosotros una instantánea sensación de deja vu y, de esta forma, haciendo que nuestro primer pensamiento al contemplar el fotograma en cuestión, mute progresivamente a fuerza de observarlo tras acontecimientos diferentes, siendo condicionados por el entorno del film y por nuestra propia personalidad. Cada persona reaccionará diferente e incluso habrá quien no reaccione en absoluto, es el riesgo de usar el montaje como elemento narrativo y no simplemente como herramienta para enlazar planos entre si. Los distintos travellings utilizados (marca de la casa a estas alturas) sirven para la construcción de un espacio cinematográfico mayor, una manera de amplificar el mundo de nuestros personajes y permitirlos interactuar libremente que se consigue únicamente no cortando permanentemente las escenas de forma prematura. Desde luego es un alivio ver que a un director moderno no le tiembla el pulso a la hora de mantener un mismo plano más de tres minutos, mal acostumbrados como estamos actualmente al clásico, funcional y facilón plano/contraplano/plano general. Los dos actores más talentosos de su generación, Phoenix y Hoffman (dos de mis debilidades, la verdad), componen unos personajes creíbles, humanos, tragicómicos y totalmente dependientes, llegando incluso a retroalimentarse mutuamente, completamente dispuestos a ir hasta el límite. Hoffman le da a su personaje un toque de comicidad siniestra y empática, provocando en los espectadores tanto rechazo como admiración. En cambio Phoenix da rienda suelta a sus demonios internos para efectuar el papel de su vida, posiblemente redentor consigo mismo y elevándolo a los altares de la interpretación. Por otra parte, Amy Adams tiene el papel más difícil del film, el de no ser engullida por dos auténticos monstruos en su mejor momento de forma y logra confeccionar un personaje contenido, aportando algo en todas sus apariciones. De hecho, su rol es clave para mostrar las extrañas contradicciones de su marido (Dodd), erigiéndose como la auténtica líder (a mi modo de ver) de la secta, controlando a un mesías emocional y cerebral con argumentos que recurren a su bajeza humana y animal, como es el sexo. ¿Quién controla a quién? ¿Están los propios fundadores de la causa convencidos de la misma o se encuentran en un progresivo estado de cambio? ¿Es todo por dinero y fama? Lo único cierto es que en un mundo de desesperanza como lo era la América de posguerra, cualquier atisbo de fe o liderazgo parecía digno de ser seguido, y de ahí surgían estas peligrosas congregaciones religiosas que se aprovechaban de ellos (aunque es innegable que por el camino ayudaban a muchos, de forma intencionada o no). Anderson deja caer una crítica hacia la propia iglesia, la propia religión en si como fuente de esperanza sin más fundamento que la fe, con objetivos económicos y a sabiendas de que es fácil que sus enseñanzas y doctrinas conquisten el corazón de los necesitados. Por lo tanto, si hay tantas y tantas películas que nos hablan sobre la importancia de la fe con un enfoque optimista, Paul Thomas Anderson se desmarca con una reflexión aterradora:la ambición de fe, en malas manos, puede ser tan peligrosa para el hombre como la peor de las bombas atómicas.

 

Nota: 10/10

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