Nueva adaptación de la novela homónima de Victor Hugo. El expresidiario Jean Valjean (Hugh Jackman) es perseguido durante décadas por el despiadado policía Javert (Russell Crowe). Cuando Valjean accede a cuidar a Cosette, la joven hija de Fantine (Anne Hathaway), sus vidas cambiarán para siempre.
Título: Los Miserables
Título Original: Les Misérables
Director: Tom Hooper
Guion: William Nicholson (Drama: Victor Hugo)
Musica: Claude-Michel Schönberg
Fotografia: Danny Cohen
Productora: Universal Pictures / Working Title
Año/País: 2012 / Estados Unidos
Duración: 152 min.
Género: Drama. Musical | Drama de época. Música
Reparto: Hugh Jackman, Russell Crowe, Anne Hathaway, Helena Bonham Carter, Amanda Seyfried, Sacha Baron Cohen, Eddie Redmayne, Aaron Tveit, Samantha Barks
Web oficial: http://www.lesmiserablesfilm.com
Enlace IMDB: http://www.imdb.es/title/tt1707386/
Puntuación IMDB: 7,8/10
Enlace Sensacine.com: http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-190788/
Nueva adaptación de la novela homónima de Victor Hugo. El expresidiario Jean Valjean (Hugh Jackman) es perseguido durante décadas por el despiadado policía Javert (Russell Crowe). Cuando Valjean accede a cuidar a Cosette, la joven hija de Fantine (Anne Hathaway), sus vidas cambiarán para siempre.
No soy un gran aficionado al género musical, que considero vulgarmente explotado en la última década para fines puramente comerciales, dejando a un lado cualquier atisbo de pericia artística. Burlesque (Steve Antin, 2010), Nine (Rob Marshall, 2009), Mamma Mia (Phyllida Lloyd, 2008) o Across the Universe (Julie Taymor, 2007) son una buena muestra de ello. Sin embargo, también han surgido raros especímenes que dignificaban el género basándose en un respeto firme al mismo. Sweeney Tood (Tim Burton, 2007), Hairspray (Adam Shankman, 2007) o Rent (Chris Columbus, 2005) pertenecen a este último grupo. El género musical es complejo, difícil de tratar pero a la vez, con la ventaja añadida de que suele contar con un gran número de aficionados fieles a lo largo y ancho del planeta. Recordemos que el musical conforma, junto con el western y el thriller/cine negro (mis dos géneros favoritos, por cierto), el trío de géneros puros de la historia cinematográfica. Es decir, los tres son poseedores de un tipo de cine que engloba a todos los tipos de cine que existen. El musical (así como el western y el thriller) es una perfecta sartén donde cocinar la comedia, la crítica social, la lucha de clases, el bien y el mal, el amor, la venganza y un largo etcétera. Como bien dice el maestro Scorsese, fueron los primeros géneros que conquistaron el corazón del público ya que, desde su insultante sencillez formal, se podían verter en ellos corrosivas y subliminales críticas a la sociedad y realizar diagnósticos detallados de la condición humana, para bien o para mal. Los Miserables, de la mano del ganador del Óscar por The King,s Speech, Tom Hooper, no iba a ser menos y aprovecha inteligentemente el jugoso material del que dispone para tratar temas como la religión, la ética, la justicia, la pena de muerte y un pormenorizado tratamiento sobre la dualidad típica entre el bien y el mal. Los fans de la novela pueden estar tranquilos porque no se ha perdido nada en el camino a la adaptación. Los temas de Víctor Hugo no solo sobreviven el cambio de medio, formato y género, sino que se beneficia de una extensa ampliación de los mismos, provocado por el gran altavoz para los sentimientos que es la música. El guión de William Nicholson es extremadamente cuidadoso en el trato de la obra original, tratando en todo momento de no resultar obvio ni condescendiente, esforzándose por mantener el mensaje subversivo de la trama, preocupándose más por no restar que por sumar. Y es que poco más se le puede sumar a una de las grandes obras literarias de todos los tiempos que no sea una correcta y eficaz traslación de la misma sin difuminar su argumento. Pero lo que realmente va a determinar si Los Miserables es un éxito o un fracaso no es su fidelidad a la novela original, ni siquiera con la obra de teatro que alcanza cada año cifras mareantes de espectadores, sino la habilidad como cantantes de sus intérpretes y su apartado visual, que es lo que se ve a simple vista. Y he de decir que el film no es que cumpla con creces en estos dos casos, sino que roza la perfección. Empecemos analizando el fantástico reparto.
Si hay alguien que salga reforzado en esta producción británica, ese es sin duda Hugh Jackman. El protagonista de The Prestige (Christopher Nolan, 2006) está más que curtido en el teatro musical con obras como Beauty and the Beast, Oklahoma o Sunset Boulevard, conquistando el reconocimiento de críticos y público, a la vez que agasaja premios por doquier. Es por ello que el australiano se transforma en un auténtico animal cuando su vida depende de su voz y no es que de lo mejor de si mismo, es que se merienda a cualquiera que se encuentre cerca suyo, se llame Russell Crowe (uno de mis actores preferidos, infravalorado injustamente), Anne Hathaway o Amanda Seyfried. Jackman da una lección interpretativa histórica basándose en una entonación y pronunciación perfecta, un grandioso derroche de carisma y una contención casi mística. De hecho, su no presencia condiciona bastante la película, ya que esperamos ansiosos una nueva aparición y una nueva oportunidad para dejarnos boquiabiertos (no sé si doblarán esta película o no, pero verla doblada merece la pena de muerte). Absolutamente impresionante y desgarrador en las piezas Valjean,s Soliloquy, Valjean,s Confession y Who Am I?. No anda muy lejos en merecimiento de elogios Anne Hathaway, la cual se somete a un salto emocional sin red tan profundo que nos permite contemplar hasta el último recoveco de su atormentada alma. Su versión del I Dreamed a Dream ya es historia del séptimo arte, gracias a ella sin duda, pero sin olvidar el acierto formal de Hooper, que le permite partir de cero y llegar a cien con la elaboración de un plano corto mantenido durante sus dolorosos y trágicos cinco minutos de duración. El tercero en discordia es el brioso Crowe, a quien se le nota al principio algo desubicado y sufridor, pero que eleva su rendimiento con el paso de los minutos de manera mastodóntica para acabar a un nivel altísimo, un auténtico clímax interpretativo. En el caso del ganador del Óscar por Gladiator (Ridley Scott, 2000), su presencia y mirada imponen más que su voz, es lógico, no solo por no ser un experto en la materia (a pesar de haber participado en el musical Grease hace treinta años y haber sido vocalista y guitarrista de la banda de rock 30 Odd Foot Of Grunts) sino porque su imponente planta es una declaración de intenciones difícil de superar con cualquier otro elemento. Para el recuerdo, su magnífico y crepuscular Javert,s Soliloquy. Mención aparte merecen los divertidísimos Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter, erigiéndose como una muy necesaria pareja cómica entre tanto drama, mostrando una gran compenetración y haciendo de su química un valor seguro. Sus apariciones musicales no tienen desperdicio y ambos asumen con naturalidad su secundario papel deshinibidor de la trama principal. Sin duda alguna, los personajes menos interesantes y cuya trama ralentiza el ritmo interno del film, son los encarnados por Amanda Seyfried, Eddie Reydmayne y Samantha Barks. O lo que es lo mismo, el triángulo amoroso entre Marius, Cosette y Eponine nunca llega al nivel de emoción y épica del triángulo (no amoroso) principal formado por Valjean, Javert y Fantine (Jackman, Crowe y Hathaway). Sus intérpretes están realmente formidables pero hasta al propio Hooper se le intuye una pereza realizadora en sus historias, filmándolas casi por obligación pero conocedor de que esos treinta o cuarenta minutos suponen un descenso rítmico grave en una carrera temporal hasta entonces frenética. Obviamente no se puede hacer nada, está en la novela, hay que filmarlo pero no hubiera estado mal que Hooper hubiera ideado algún tipo de estratagema (aunque fuera superficial) para presentárnosla de manera menos tediosa. Todo lo contrario ocurre con Gavroche, el sabiondo y belicoso niño encarnado majestuosamente por Daniel Huttlestone, que supone la auténtica revelación del film.
Uno de los grandes defectos de la cinta es su estructura involuntariamente episódica. A pesar de usar la música como medio para hilvanar las historias de los protagonistas, son los propios números musicales los que dividen la trama en pequeños segmentos, lo que propicia una valoración fragmentada de la misma. Y llegados a este punto cabe tomar como referencia la monumental Novecento (Bernardo Bertolucci, 1976), cuya exagerada duración de más de cinco horas prácticamente obliga al espectador a tratar la experiencia como si estuviera en una carnicería, mutilando mentalmente el film para seleccionar las escenas que permanecerán con nosotros como recuerdo de ella. En Los Miserables ocurre lo mismo, no por su metraje (que también es largo, 150 minutos), sino porque, al haber cuarenta números musicales, es lógico que tengamos favoritos entre ellos y, por supuesto, otros menos predilectos. Por lo tanto, en nuestra mente abundarán los recuerdos positivos que nuestros gustos elijan pero nunca una sensación de conjunto plena (a no ser, claro está, que te fascinen todas las canciones). Sin embargo, y volviendo a los halagos, la dirección de Tom Hooper apuesta satisfactoriamente por no restar protagonismo a los personajes y lleva a cabo una realización volcada en enfatizar sus virtudes y esconder sus posibles defectos. Lo que más llama la atención son esos descarnados primeros planos sin corte alguno que, como ya dije antes, permiten al actor/actriz de turno desplegar en total libertad un torrente de sentimientos y emociones a flor de piel. El espectador sale beneficiado de esta decisión, ya que Hooper elimina todas las barreras entre público y personaje, quedando este expuesto frontalmente a la valoración del respetable, y de esta manera, asemejarse con la mayor exactitud posible a lo que sería una representación teatral, que como todo el mundo sabe es donde el actor se convierte en director al depender casi toda la obra de su trabajo. Es en los espectaculares números musicales grupales cuando Hooper da rienda suelda a su habilidad para la composición de planos y estilizados movimientos de cámara, con una sensacional apertura que nos introduce de golpe y porrazo en nuestro mundo casi doscientos años atrás. One Day More, At the End of the Day o The Barricade son auténticos prodigios de dirección y planificación grupal. Otro de sus aciertos es su empeño en rodar Los Miserables con sonido directo, es decir, nadie dobla a los actores, ni siquiera ellos mismos. Lo que oímos es lo que hay, tanto si ese día estaban afónicos como si no, es lo que se filmó. Y el resultado da la razón al director de John Adams (2008), ya que prioriza la adaptación del espectador a la época en lugar de ser al revés, lo que permite a la obra conservar su corazón y al mismo tiempo conseguir que prevalezca el realismo ante cualquier efecto sonoro. En definitiva, si quieren presenciar un espectáculo épico, emotivo y emocionante con poderosas imágenes y rompedoras interpretaciones que les haga caer en la cuenta de lo bonito es el cine cuando se hace bien, con amor y respeto, Los Miserables es su película.
Nota: 8/10