Título: Goltzius and the Pelican Company
Título Original: Goltzius and the Pelican Company
Director: Peter Greenaway
Guion: Peter Greenaway
Fotografia: Reinier van Brummelen
Productora: Coproducción Reino Unido-Holanda-Francia-Croacia; Kasander Film Company / Film and Music Entertainment (F&ME) / Catherine Dussart Productions (CDP) / MP Film
Año/País: 2012 / Reino Unido
Duración: 128 min.
Género: Drama, Biográfico
Reparto: F. Murray Abraham, Ramsey Nasr, Francesco De Vito, Flavio Parenti, Vincent Riotta, Halina Reijn, Anne Louise Hassing, Giulio Berruti, Lars Eidinger
Enlace IMDB: http://www.imdb.com/title/tt1851006/
Puntuación IMDB: 7,2/10
Enlace Sensacine.com: http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-174401/
Hablar de cualquier obra del galés Peter Greenaway es hacerlo de alguien controvertido, que despierta pasión y odio a partes iguales, y que es considerado por la crítica especializada como algo más que un simple director de cine. Y es cierto. Sus influencias van desde la pintura a la arquitectura, pasando por el teatro y el ballet. Es, como le gusta decir a algunos, un artista multidisciplinar que hace cine como podría hacer casi cualquier otro arte considerado como tal. Ahí está su filmografía para demostrar que se enfrenta a tabúes inconfesables prácticamente película por película. Casi siempre relacionado con el sexo o algún derivado. Se han escrito páginas y páginas sobre sus amorales obsesiones. Y, precisamente, eso es lo más interesante que le encuentro a este autor (si él no es un autor, no sé quien puede serlo). Habla de cuestiones difíciles de afrontar por el ser humano, aunque nos enfrentamos a ellas en secreto. Alguna vez hemos tenido un pensamiento horrible sobre alguien o nos hemos imaginado en situaciones de los más embarazosas. O las hemos soñado. O, peor aún, las hemos vivido. Y forman parte de nuestros secretos. Esos que no se confiesan ni en el lecho de muerte. La hipocresía natural de la humanidad olvida que todos poseemos pequeñas incógnitas y enseguida nos escandalizamos cuando vemos o leemos algo de un tono alto, incluso intolerable hasta considerarlo peligroso. Y el sexo es uno de ellos. Y la religión. Los dos temas sobre los que trata esta nueva película del director de The Tulse Luper Suitcases. Part 1: The Moab Story (2003). Particularmente, el sexo en el cine no es de mi agrado, porque en el 99% de las ocasiones se usa como simple excusa para escandalizar o mostrar los dobles de cuerpo de las estrellas de moda, ralentizando la trama y no aportando nada que no pueda mostrar una insinuación o una elipsis narrativa. Pero este caso es diferente. Porque Greenaway aspira a reescribir el Antiguo Testamento desde un punto de vista judío (nunca cristiano, como su protagonista se empeña en recalcar) y con un fuerte contenido sexual, rozando lo pornográfico. No es un sexo feo (salvo un par de excepciones), que te haga quitar los ojos de la pantalla. Sobre todo debido al cuidadísimo diseño de producción y a la fotografía de Reinier van Brummelen, cuya luminosidad y pulcritud convierte a seres poco agraciados en poco menos que sirenas (al menos, momentáneamente). Greenaway, como todos los autores, cuida cada detalle hasta la obsesión y, en su particular búsqueda de elementos propios que decoren su mundo (también, valga la redundancia, propio), juega y alterna con la plasticidad de los encuadres y sus construcciones. Sobre todo con un montaje de marcado carácter teatral (no podría ser menos, dada la propuesta y temática), realizado con incesantes planos generales, frontales y laterales, donde los personajes interactúen entre ellos como si estuvieran subidos a las tablas. La utilización de panorámicas, en su alternancia con los anteriormente citados, ayuda a recrear esa atmósfera y ambiente teatral que Greenaway quiere captar de manera tan fidedigna. Evidentemente, las interpretaciones también son puramente teatrales, con unos espléndidos F. Murray Abraham y Rmasey Nasr, aunque es de recibo aplaudir al reparto completo.
He de admitir que cuesta entrar en Goltzius and the Pelican Company a las primeras de cambio. Cuesta acostumbrarse a su estilo casi onírico en ocasiones y extremadamente experimental en otras. Pero la película te da a elegir entre abrir la mente o abandonar la proyección, por lo que es recomendable optar por la primera opción. Y no es que vayamos a presenciar una obra maestra imperdible, pero al menos no asistimos a la pesadilla que augura su comienzo. Por supuesto, la capacidad de inventiva y visual del director galés está fuera de toda duda, y daría para unos cuantos buenos elogios. Pero me parece más interesante detenerme en algunas reflexiones que se pueden extrapolar de su visionado. Por una parte, Greenaway hace hincapié en la constante presencia del sexo en las sagradas escrituras y como la mayoría de lectores de las mismas pasan de puntillas en ciertos aspectos en los que, lógicamente, él se detiene y se explaya. Porque es cierto que la Biblia está poblada de narraciones sexuales, omitidas o no, y esta particular compañía teatral se gana la vida representándolas, con el riesgo que eso conlleva. De hecho, gracias a eso se producen las mejores observaciones del film. La politización de elementos puramente artísticos, la sobredimensión del drama teatral con fines interesados y rastreros entre las altas esferas del poder. La censura ha existido siempre (de hecho, supuestamente, fue la censura de Dios a Eva lo que nos cambió la vida…) y las representaciones de dramas morales propician algo más que simples meditaciones sobre los valores del hombre. La película retrata simbologías y metáforas de forma explícita, obligándose a proporcionar un cuerpo a las palabras, pese a que los castigos por su atrevimiento van en aumento. Sin embargo, el arte no se rinde, y menos cuando no es tratado como tal, parece querer decirnos Greenaway, casi basándose en sus propias experiencias con sus propias obras. Los verdaderos dramas no son los que están escritos en papel sino los que experimentan algunos de los personajes. Romances rotos, fetichismos incontrolables, impotencia sexual, exhibicionismo, predilección por la necrofilia…tabúes sexuales. El director de The Draughtsman’s Contract (1982) da a entender que los peores tabúes no son los que condenan los libros, sino los que castiga la propia sociedad, el hombre, los que sacan lo peor que llevamos dentro. La crueldad, la avaricia, los celos, una simple obra de teatro convertido en una tragedia griega, en la caída de un imperio, provocando la perdición de hombres, mujeres y niños. Greenaway siempre ha dicho que aún no hemos visto lo que el cine es capaz de mostrar, su ambición es intentar exprimirlo al máximo combinándolo con el resto de artes denominados “serias”. Quiere conceder al Séptimo Arte un carácter propio basado en las virtudes que otros campos poseen y disfrutan. Es una misión harto complicada, pero lo que es innegable es que se esfuerza. Se esfuerza y genera obras como esta, difícil de ver y de admirar, imperfecta e incluso irregular, pero con suficientes mimbres como para justificar su visionado.