Reseña: ‘El Hobbit: La desolación de Smaug’ (2013)

JACKSON UNCHAINED: BAD TASTE

En compañía del mago Gandalf y de trece enanos, Bilbo emprende un viaje a través del país de los elfos y los bosques de los trolls, desde las mazmorras de los orcos hasta la Montaña Solitaria, donde el dragón Smaug esconde el tesoro de los Enanos. En las profundidades de la Tierra, encuentra el Anillo Único, que habrá de causar tantas batallas.

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Ficha Técnica:

Título original: The Hobbit: The Desolation of Smaug (The Hobbit 2)
Año: 2013
Duración: 160 min.
País: Estados Unidos
Director: Peter Jackson
Guión: Philippa Boyens, Peter Jackson, Fran Walsh, Guillermo del Toro (Novela: J.R.R. Tolkien)
Música: Howard Shore
Fotografía: Andrew Lesnie
Reparto: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, James Nesbitt, Aidan Turner, Graham McTavish, Jed Brophy, Stephen Hunter, Ken Stott, John Callen, Adam Brown, Dean O’Gorman, William Kircher, Peter Hambleton, Mark Hadlow, Cate Blanchett, Mikael Persbrandt, Sylvester McCoy, Billy Connelly, Orlando Bloom, Evangeline Lilly, Benedict Cumberbatch, Luke Evans, Stephen Fry, Lee Pace, Barry Humphries, Bret McKenzie, Conan Stevens, Manu Bennett
Productora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) / New Line Cinema / WingNut Films
Género: Fantástico. Aventuras. Acción | Espada y brujería. Dragones. Secuela. 3-D
Web Oficial: http://www.thehobbit.com/

Crítica:

Creo recordar que la crítica que realicé sobre The Hobbit:An Unexpected Journey (Peter Jackson, 2012) el año pasado comenzaba de la misma forma, pero es necesario recordar quien es cada uno y porqué se escribe como se escribe. Soy un fan incondicional de la obra de Tolkien, la he releído en numerosas ocasiones y la trilogía The Lord of the Rings (Peter Jackson, 2001-2003) significó un logro descomunal para cualquier lector de la novela original. Cualquiera que haya tenido la fortuna de adentrarse en la prosa de Tolkien sabrá apreciar mejor que un espectador neutral la dificultad extrema a la que Jackson y su equipo se enfrentaron a la hora de abordar estas adaptaciones. El nivel de detallismo del sudafricano es extremo, sus descripciones inabarcables y su narración vasta. Es muy fácil para el lector imaginarse ese mundo, la Tierra Media, con tanta cantidad de apoyos y explicaciones precisas. ¿Quién no ha soñado alguna vez con vivir en La Comarca? ¿Con visitar Rivendel? ¿Con huir con todas sus fuerzas de Mordor y acabar con tantos orcos como sea posible? La fantasía se hizo ficción y la ficción realidad hace ya doce años, con unos resultados sobresalientes. Pero imaginar es fácil. Lo complicado es crear. Llevarlo a cabo. Ejecutar los planes. De ahí que la labor del director de King Kong (2005), Philippa Boyens, Fran Walsh y Guillermo del Toro sea admirable, brillante, soberbia. Como adaptación, The Hobbit:The Desolation of Smaug es extraordinaria (aunque con las ya típicas licencias como la aparición de Legolas y varios detalles más). Como película independiente, sin tener en cuenta su origen literario, no tengo ni la más remota idea. Sinceramente, no lo sé. Mi visión está condicionada por mi experiencia literaria de la historia y, como tal, estoy mucho más que satisfecho. No puedo quejarme. Y me parece más honesto explicar que mis palabras están supeditadas a esta particularidad que los fans entenderán, que intentar marcarme una crítica universal. Para leer algo así, ajeno a la novela, ninguno de estos párrafos servirán. Por ejemplo, en The Godfather (Francis Ford Coppola, 1972), The Silence of the Lambs (Jonathan Demme, 1991) o The Road (John Hillcoat, 2009) el efecto se produjo de la manera contraria. El visionado previo del film de turno me influyó sobremanera a la hora de leer los diferentes relatos, cambió mi perspectiva y eliminó mi libertad para crear en mi mente las situaciones y personajes narrados por sus autores. Tal vez sea Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979)-Heart of darkness (Joseph Conrad, 1899) un caso excepcional, pues la obra de Conrad es tan agotadora e interpretable que depende sobremanera de los ojos de su lector. Esta es una película de fanáticos de Tolkien servida para ser devorada por fanáticos de Tolkien. Jackson, conocedor de que el tiempo de los galardones y laureles pasó para él, es mucho más libre que en The Lord of the Rings, donde aún tenía que conservar minimamente unas formas, una apariencia de película seria quizá. Es aquí, en la saga de The Hobbit cuando se libera de ataduras y hace lo que le viene en gana, ya que el foco de atención recae sobre otros. Se deja llevar alegremente (para él y para nosotros) por sus excesos visuales, por su adoración por el gore y por las triquiñuelas en las escenas de acción. Su cameo a los pocos segundos de comenzar el film es revelador. Pasa por delante de la cámara comiendo, nos mira de manera desafiante y sigue su camino sin pararse, como diciendo «hola, soy Peter Jackson y esta es mi película. MI película, justo la que he querido hacer».

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Porque el director neozelandés está juguetón, se conoce el material de memoria y se permite el lujo de divertirse a costa del espectador en alguna que otra ocasión. Una Osadía para cualquier otro, un derecho para él, después de tanta contienda legal a sus espaldas. En las batallas contra los orcos las muertes cada vez son más imaginativas, más logradas y pensadas, queriendo ir un poco más allá del género de aventuras y adentrándose por momentos en el de terror-gore. Es cierto que esta película es menos cómica que la anterior, debido a un tratamiento dramático prominente y a la necesidad de ahondar algo más en la relación entre los personajes. El tiempo que se ahorra en presentarlos (no hace falta, pues eso tuvo lugar en la primera parte) lo emplea en la interacción continua entre ellos, explorando de forma más profunda sus personalidades, sus miedos y sus valores. La estructura está más delineada debido a la ausencia del clímax prolongado, que lo hay, pero bastante más al final de lo que nos tiene acostumbrados. La disposición narrativa de las adaptaciones de Jackson suelen ser similares, comenzando con una cierta calma y dosificación de escenas puntuales de acción para encaminar el relato hacía unos cuarenta o cincuenta minutos de orgasmo audiovisual y emocional (aún más extenso en The Return of the King). Al no necesitar presentación de personajes como en el anterior film, la relación entre ellos es más fluida y estable, y la incursión de nuevos personajes se produce de manera más suave y natural. De hecho, algunas de las novedades son viejos conocidos y otras, como los encarnados por Evangeline Lilly (Tauriel) o Luke Evans (Bardo) funcionan a las mil maravillas al disponer de su propio tiempo de adaptación a la trama. Quizá es Beorn (Mikael Persbrandt), uno de mis personajes favoritos de la novela, quien más desaprovechado se encuentra. Aunque, conociendo a Jackson, seguramente sabremos algo más de él en la tercera y última entrega o en la versión extendida de este mismo film. El tratamiento de los enanos ya no se produce de manera grupal, sino individual y eso se nota en pantalla, pues tenemos más opiniones diferentes, más reacciones y la sensación de pertenecer a una auténtica compañía aumenta. Paradójicamente, aunque sea en la primera entrega cuando su perfil pertenezca a un conjunto, los sentimos como tal en The Desolation of Smaug, pues al poder contemplar independientemente la personalidad de cada uno, los podemos asociar como la unión de distintas identidades, formando un todo. Asimismo, presenciamos la increíble evolución de Bilbo, convertido prácticamente en el líder de la expedición. Sin embargo, también podemos intuir un cambio negativo e instintivo en él debido a la carga del Anillo Único. Bilbo llega a ser cruel con tal de proteger a su preciado tesoro, provocando su propia extrañeza. El objeto en si no solo le proporciona invisibilidad sino que crea en él nuevos pensamientos y comportamientos ajenos a su personalidad. Evidentemente, no nos vamos a extrañar ni a sorprender después de haber visto al personaje en The Lord of the Rings, pero siempre es interesante asistir al desarrollo de cierto egoísmo y maldad en Bilbo, por pequeño e ínfimo que este sea. La responsabilidad que carga sobre sus hombros y su recién adquirido sentido de la madurez y el compromiso permiten un progreso adecuado del hobbit.

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Como todas sus predecesoras, The Desolation of Smaug es una película de movimiento, donde la cámara pocas veces reposa y la apuesta por la actividad es casi una obligación no solo estética sino incluso de guión. No dejan de suceder acontecimientos, no necesariamente todos relacionados con la acción, pues el interior de los protagonistas es explorado de manera consecuente. De esta forma es fácil mantener la atención del espectador e introducirlo en un estado casi permanente de tensión ante la velocidad de los sucesos. El film está planteado de forma que aventura, divertimento y cierto aire dramático vayan de la mano, logrando Jackson su objetivo gracias a la ya habitual división de la trama. Esta segmentación, que afecta no solo a la trama en si sino también a determinados personajes, facilita que el posterior climax final posea un ritmo endiablado y que nuestro interés no se ubique solo en un objetivo. Para destacar es, desde luego, la escena de huida que protagonizan los enanos y el hobbit mediante barriles. Una de las mejores partes del libro es una de las mejores escenas de su adaptación, ya que todo está orquestado como si de un parque de atracciones macabro y salvaje se tratase, con idas y venidas, decapitaciones y artilugios. Pero, aunque parezca sorprendente, hay espacio para un toque de humor slapstick en el que tiene lugar un maravilloso plano secuencia de imaginativo planteamiento y difícil pero satisfactoria resolución. Es también en la terrorífica escena arácnida (algo modificada respecto a la novela) donde Jackson apuesta claramente por atemorizar a su público como ya lo hiciera en su momento Ella-Laraña. A nivel puramente estilístico, la apuesta es no apostar, valga la redundancia, pues si algo ha ido bien desde la primera película estrenada en 2001 no tendría sentido cambiarlo ahora. Los planos aéreos en movimiento made in PJ campan a sus anchas en un film donde el montaje es el soporte y el sostén de absolutamente todo lo que vemos en él. Filmar con numerosas cámaras a la vez hacen de ello prácticamente una obligación. Es a nivel técnico cuando hay que descubrirse ante el film por ofrecernos un digno sucesor del tiranosaurio Rex de Spielberg veinte años después:el dragón Smaug. Sin duda, lo mejor de todo el largometraje gracias a unos efectos especiales impresionantes pero, sobre todo, por el soberbio doblaje de Benedict Cumberbatch, que hace completamente suyo al personaje. En este caso, es de obligado visionado la VOSE para apreciar la riqueza interpretativa de Cumberbatch y su absoluta compenetración con su compañero de reparto de la serie de la BBC, Sherlock, Martin Freeman (éste muy a lo Buster Keaton al principio). El entendimiento entre ambos es asombroso y tan disfrutable como el encuentro que mantuvo el propio Bilbo con Gollum en el anterior capítulo de la saga. La creación de Tolkien cobra vida gracias al partido visual que Jackson logra del dragón y a la aterradora voz de Cumberbatch. A riesgo de ser repetitivo, tengo que decirlo:todo lo que no sea contemplarlo en VOSE es disfrutar a medias de Smaug.

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The Desolation of Smaug vuelve a ahondar sobre el concepto de amistad y compañerismo entre individuos de distintas razas y sexos. La camaradería juega un factor muy importante entre unos enanos que actúan a modo de vikingos, de bárbaros, siempre brutos pero también leales a sus compañeros por encima incluso de la muerte. Sin embargo, la novela también reflexionaba (tampoco de manera profunda, no olvidemos que fue concebida como cuento infantil) sobre la codicia innata de hombres y demás seres que habitan en la Tierra Media, y de las continuas pruebas a las que son sometidos para probar su resistencia a los vicios. El valor y el coraje, palabras en desuso en nuestra sociedad moderna, son las cualidades a las que más recurren los personajes del relato para salir adelante de situaciones imposibles, darse ánimos mutuos y coger fuerzas para enfrentarse al mal que los combate. Al igual que sucedía en The Lord of the Rings, la saga de The Hobbit expone a gente corriente a la tentación de tesoros y riquezas, en un persistente examen para las corruptibles almas de los hombres, enanos y elfos. Uno de los elementos que se echan en falta respecto a anteriores obras es la banda sonora de Howard Shore, que sigue siendo magnífica pero parece desprovista de la personalidad única que poseía anteriormente. A pesar de adquirir una importancia suprema sobre todo a través de su uso como transición permanente tanto a nivel sonoro como visual, la falta de un tema principal con gancho (como el de The Lord of the Rings, por ejemplo) la condena al rol de «música de acompañamiento». Y ojo, que no es nada malo pues da en el clavo, pero no hubiera estado de más algo de innovación en ese apartado. Innovación que, por otra parte, si se produce en la utilización del 3D, pues no solo es un elemento de distracción y artificio sino que sirve para realzar con más realismo y detalle los asombrosos decorados y ambientes recargados. No puedo negar que Peter Jackson hace suya la novela con algunos cambios (varios de ellos posiblemente obligados por producción), que Legolas ni siquiera aparece en la novela (pero el guiño a Gimli, «aparición» de este incluida, es un tesoro) y que el cliffhanger final rivaliza en hijoputismo con el perpetrado por Vince Gilligan en el 5×15 de Breaking Bad:To’Hajiilee (aunque una semana de espera no se puede comparar con un año…), pero para mi, una saga que te influye no solo a nivel cinematográfico sino también literario e incluso sonoro gracias a la banda sonora (una delicia pasear con ella en el mp3), es algo que forma parte de tu vida casi diariamente. Sobre todo por la estresante espera hasta esta segunda parte y la que se acaba de inaugurar hasta el estreno de la tercera y última. Es por eso, por toda la influencia que el universo Tolkien (y la certera visión de Jackson) ha tenido sobre mi desde hace años, que es prácticamente imposible que no me puedan fascinar cualquiera de las películas basadas en la Tierra Media. Estoy seguro de que muchos fans de la obra me entenderán. Y, aparte, porque lo que nos espera dentro de un año va a ser la madre de todas las batallas, no solo por lo que tendría que suceder de manera natural, sino por lo que el bueno de Jackson ha reservado para entonces y que, para más inri, va a acontecer en una apertura de película que promete ser apoteósica. Deseando que pase un año. Deseando que arribe ya The Hobbit: There and Back Again.

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