[Sitges 2012] ‘Maniac’ (2012)

Remake del clásico de culto de William Lustig, uno de los slashers más violentos de los ochenta.

Frank lleva una vida solitaria como propietario de una tienda de maniquíes. A primera vista, parece incapaz de matar una mosca. Sin embargo, hay algo profundamente turbador en su mirada; un secreto oscuro y perverso que resurgirá tras su encuentro con Anna, una joven artista que acude a él en busca de ayuda para una exposición.

Ficha Técnica

Título: Maniac

Título Original: Maniac

Director: Franck Khalfoun

Guion: Alexandre Aja, Grégory Levasseur

Musica: Rob

Fotografia: Maxime Alexandre

Productora: Coproducción Francia-EEUU; Aja / Levasseur Productions / Blue Underground / P2 Productions

Año/País: 2012 / Estados Unidos

Duración: 90 min.

Género: Terror | Thriller psicológico. Asesinos en serie. Slasher. Remake

Reparto: Elijah Wood, Nora Arnezeder, America Olivo, Morgane Slemp, Liane Balaban

Web oficial:

Enlace IMDB: http://www.imdb.com/title/tt2103217/

Puntuación IMDB: 6,8/10

Enlace Sensacine.com: http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-190442/

Sinopsis

Frank lleva una vida solitaria como propietario de una tienda de maniquíes. A primera vista, parece incapaz de matar una mosca. Sin embargo, hay algo profundamente turbador en su mirada; un secreto oscuro y perverso que resurgirá tras su encuentro con Anna, una joven artista que acude a él en busca de ayuda para una exposición. Alexandre Aja y su compañero de fechorías Gregory Levasseur han sido los encargados de escribir y apadrinar este remake del clásico de culto de William Lustig, uno de los slashers más violentos de los ochenta.

Crítica

Los asesinos en serie, series despreciables que representan lo peor y más desechable de la sociedad, siempre han tenido un lugar privilegiado en la historia del cine. Desde el casi infantil Peter Lorre en M, pasando por los desequilibrados y obsesos sexuales de Harry el Sucio (Dirty Harry)o El Silencio de los Corderos (The Silece of the Lambs), hasta la locura nihilista mostrada en Henry, retrato de un asesino (Henry), la industria cinematográfica global ha intentado analizar, entender o incluso justificar las censurables acciones de estos psicópatas. Lo ha hecho en diferentes épocas, escenarios y países. Reconocemos abiertamente que nos repelen, provocan en nosotros un enorme rechazo pero, al mismo tiempo y de forma casi masoquista, somos proclives a sentir curiosidad por sus historias, por su pasado, por la evolución de una criatura que pasa de ir al colegio a matar a sus propios compañeros. La culpabilidad nos come de pies a cabeza debido a esta atracción fatal por las mentes enfermas. Pero, desafortunadamente, la mayoría de estas películas incluyen un final aciago para el criminal y de esta forma salvan nuestra alma. Y digo bien cuando escribo desafortunadamente. Porque la realidad es otra. La realidad (casi) nunca proviene de un estudio de Hollywood (salvo contadas excepciones como Zodiac, por ejemplo), más preocupado por brindar un happy end que asegure la comodidad emocional de sus espectadores que de remover hasta el final sensaciones desconocidas en el interior del ser humano. Hay auténticas obras maestras del género (como las cintas citadas anteriormente dirigidas por Don Siegel y Jonathan Demme) que, es cierto, acaban bien. Es decir, ser pesimista (que es lo mismo que ser realista en la mayoría de los casos) se agradece, ya que eso implica que la inteligencia del espectador ha sido admitida y respetada, pero con eso únicamente no basta. La descripción psicológica de un criminal y el punto de implicación emocional para con el espectador debe ser nítida, sincera y hábil. Sin esto solo nos queda una película de un hombre que va matando gente (con o sin justificación, no importa), que es lo mismo que ver una película de un hombre que va tomando cafés de cafetería en cafetería sin que realmente nos importe en lo más mínimo.

Por todo esto admiro la valiente decisión de Franck Khalfoun de rodar la película en modalidad cámara subjetiva en primera persona (vemos lo que ve el protagonista, no a él). Es una manera radical de coger el toro por los cuernos desde el inicio y declararle la guerra al espectador. Solo quitando los ojos de la pantalla se puede huir de esta estrategia psicológica. Esta técnica ha sido usada varias veces a lo largo de la historia del cine, destacando sobremanera La Senda Tenebrosa (Dark Passage, 1947), donde el siempre eficiente Delmer Daves (3:10 To Yuma) nos mostraba a un Bogart sin rostro, intentando demostrar que es inocente del crimen del que se le acusa injustamente. La obligada voz en off del asesino, volviendo a Maniac, es otra forma de involucrar a los voyeurs inconscientes que nos hemos convertido, ya que una voz sin rostro puede ser cualquier persona. Al no tener nombre ni cara, la posibilidad de identificación es infinitamente mayor que recurriendo a una composición visual tradicional. El aspecto de la no visión del protagonista va a condicionar para bien o para mal el film entero. Es un recurso que puede llegar a cansar si no te has metido en la película a los quince minutos. En caso contrario, se convierte en algo que activa tus sentidos. Es curiosa la manera en que Khalfoun nos muestra al personaje, siempre a través de espejos y reflejos. Sin embargo, una escena inicial nos permite seguir una breve evolución física a través de fotografías (fotografías reales del propio Elijah Wood) que van de su infancia a la madurez, provocando cierta angustia el percibir a un niño como un asesino, ya que todos sabemos a lo que se dedicará esa criatura infantil. El juego de espejos trae consigo una evidente conexión entre el consciente y el inconsciente, una lucha interior a lo Jekill y Hyde cuya intensidad aumenta conforme transcurren los minutos en pantalla. La imagen que se proyecta en el espejo refleja la forma en la que le gustaría ser visto y que le vieran, con un rostro que le permita pasar desapercibido como una persona cualquiera. Quiere/necesita fortalecer aspectos de su personalidad y cambiar otros, pero la alusión a los espejos rotos todos sabemos que significa: querer romper con una imagen preestablecida y que esa ambición o esperanza no se cumpla.

Sin embargo, hay momentos en los que si vemos al protagonista encuadrado como un personaje de ficción y eso ocurre en las situaciones clave. Su trauma de la infancia con su madre, una ninfómana enredada en una espiral de autodestrucción, le ha incapacitado sexualmente y le provoca una obsesión descontrolada por vestir a maniquíes con el cuero cabelludo de sus víctimas. Sin lugar a dudas, estos dos puntos son los más típicos y reprochables de toda la película, ya que el tema trauma con origen materno y el encariñamiento con maniquíes lo hemos visto hasta la saciedad. Pero bueno, la alusión a esa clase de muñecos, seres sin sexualidad, al menos cumple con su cometido de exteriorizar su demencia. Otro de los momentos donde vuelve a ser un personaje aparte de nosotros es durante uno de sus asesinatos. Hábilmente, la cámara subjetiva prevalece mientras el asesino acaba con un par de mujeres para sacarnos del encuadre en otro de ellos. Es decir, nos da la opción de disfrutar/ser cómplices/detestar al personaje (dependerá de cada uno la opción elegida…) para posteriormente mostrarnos nuestra propia cara. Khalfoun nos protege de la sangre derramada para posteriormente abandonarnos a nuestra suerte, sin protección posible, y dejando a nuestra elección el juicio interno al que nos someteremos por ello. Lo fascinante de esta técnica basada en la repetición de situaciones filmadas de forma diferente, es que somos nosotros los que decidimos nuestras emociones y no estamos obligados mediante recursos superficiales al pensamiento único. La no aparición de policías (salvo en dos ocasiones durante segundos) que investiguen los casos de asesinato (se da por hecho que investigan pero no perdemos tiempo fílmico en ello, ya que eso hubiera cambiado el tono general de la película) implica la creación de un sub-mundo donde la calle es una jungla donde impera la ley del más fuerte, el más loco, el desequilibrado. Esta ausencia de ley aumenta la percepción de indefensión de las víctimas y, por lo tanto, el terror. Este reverso de Drive (Nicolas Winding Refn, 2011) adapta la sociedad americana de los ochenta a nuestros días, y el continuo uso de la música con sintetizador es tanto un homenaje a esa época como una reminiscencia del pasado que sigue teniendo su impacto en la actualidad. En resumen, una película que nos presenta a un Norman Bates 2.0 con virtudes en la realización y una interpretación destacada de su estrella principal, Elijah Wood, en otro intento de labrarse un futuro aparte de la exitosa saga de El Señor de los Anillos (aunque su breve aparición en El Hobbit igual no ayuda mucho a ello) pero donde sus mayores defectos se encuentran en un guión prototípico, previsible y demasiado preocupado por resultar un bonito homenaje al género. Pese a todo, buena película.

 

Nota: 6,5/10

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