Reseña: ‘Argo’ (2012)

EL JINETE PÁLIDO SOLO ANTE EL PELIGRO.

Cuando, en 1979, la embajada de los Estados Unidos en Teherán fue ocupada por un grupo de iraníes, la CIA y el gobierno canadiense organizaron una operación para rescatar a seis diplomáticos estadounidenses. Con este fin se recurrió a un experto en el arte del disfraz y se preparó el escenario para el rodaje de una película («Argo»), en la que participaba un equipo de cazatalentos de Hollywood.  

Ficha Técnica

Título: Argo

Título Original: Argo

Director: Ben Affleck

Guion: Chris Terrio

Musica: Alexandre Desplat

Fotografia: Rodrigo Prieto

Productora: Warner Bros. Pictures / GK Films / Smoke House Pictures

Año/País: 2012 / Estados Unidos

Duración: 120 min.

Género: Thriller. Intriga. Drama | Años 70. Política. Terrorismo. Cine dentro del cine. Basado en hechos reales

Reparto: Ben Affleck, John Goodman, Alan Arkin, Bryan Cranston, Taylor Schilling, Kyle Chandler, Victor Garber, Michael Cassidy, Clea DuVall, Rory Cochrane, Tate Donovan, Chris Messina, Adrienne Barbeau, Tom Lenk, Titus Welliver

Web oficial:

Enlace IMDB: http://www.imdb.com/title/tt1024648/

Puntuación IMDB: 8,4/10

Enlace Sensacine.com: http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-190267/

Puntuacion Sensacine.com: 4/5

Sinopsis

Cuando, en 1979, la embajada de los Estados Unidos en Teherán fue ocupada por un grupo de iraníes, la CIA y el gobierno canadiense organizaron una operación para rescatar a seis diplomáticos estadounidenses. Con este fin se recurrió a un experto en el arte del disfraz y se preparó el escenario para el rodaje de una película («Argo»), en la que participaba un equipo de cazatalentos de Hollywood.

Crítica

La sorprendente historia de Argo está basada en hechos reales, lo que plantea una revisión del concepto de realidad e imagen visual como puente entre la misma y el espectador. “El efecto de la realidad hace que entendamos cualquier representación visual como un documento y, por tanto, no pongamos en duda su contenido”. La frase del filósofo y ensayista francés Roland Barthes no solo no ha perdido vigencia con el paso del tiempo, sino que está más de actualidad que nunca gracias a la evolución tecnológica que fomenta la visualización de imágenes y documentos antes que la lectura de sucesos, información, arte o entretenimiento. El poder de la palabra mengua a velocidad de vértigo mientras que un acontecimiento de cualquier índole que no tenga representación visual no existe para gran parte de una sociedad moderna mal formada. La propaganda en tiempos de guerra era pieza clave para aumentar la moral de las tropas, disminuir las del enemigo, limpiar maltrechas imágenes públicas y ensalzar el patriotismo del país de turno. Y ahí es donde entra el cine como elemento diferencial, innovador y resolutivo. La Segunda Guerra Mundial consiguió que las grandes potencias participantes en el conflicto pugnasen por conquistar a la opinión pública mediante la producción cinematográfica, conscientes del poder sugestivo de la imagen y del medio como mensajero. Confessions of a Nazi Spy (Confesiones de un agente secreto, 1939) de Anatole Litvak, Foreign Correspondent (Enviado Especial, 1940) de Hitchcock, The Great Dictator (El gran dictador, 1940) de Chaplin, Sergeant York (Sargento York, 1941) y Air Force (1943) de Howard Hawks son algunas películas propagandísticas por el bando americano o Triumph des Willens (El triunfo de la voluntad, 1935) de Leni Riefenstahl, Der ewige Jude (El judío eterno, 1940) de Fritz Hippler y Romanze in Moll (Romance en clave menor, 1943) de Helmut Käutner por el lado alemán. Es decir, el cine traspasó hace años la castradora etiqueta de “espectáculo de entretenimiento” para convertirse por derecho propio en un arma (para bien o para mal, de paz o de maldad) utilizable por la humanidad. El cine es más, mucho más que unos actores interpretando personajes en un decorado mientras un realizador dirige un guión aprobado por un productor. El cine puede salvar vidas, cambiar la existencia de las personas, denunciar crímenes, exponer puntos de vista diferentes sobre hechos trascendentales, acompañar a los solitarios, divertir a los acompañados…el cine lo puede todo si se usa bien y, en el caso que nos ocupa, evitó que seis personas inocentes murieran en Teherán en los años ochenta a manos de una revolucionaria masa enfurecida. Por lo tanto, Argo no es solo una película. Es una hazaña distintiva en la historia. Es curioso que sea el propio medio el que se tenga que homenajear a si mismo con films como Cinema Paradiso (1988), The Bad and the Beautiful (Cautivos del mal, 1952) o La nuit américaine (La noche americana, 1973). En fin, después de estas palabras de admiración y respeto por el séptimo arte, analicemos Argo.

Ben Affleck encara su tercera película con la confianza que proporciona saberse blanco de los elogios de la prensa especializada tras Gone, baby, gone (Adiós, pequeña, adiós, 2007) y The Town (2010). Ambos thrillers vigorosos y con un cuidado estilo visual y técnico. Con Argo, el actor de Jay and Silent Bob Strike Back, va un paso más allá en su formación y desarrollo como director atreviéndose a incluir comedia en un relato donde la tensión y la intriga destacan como notas predominantes. Y lo hace sutilmente, sin estridencias y optando por normalizar un humor tan satírico como es el humor negro mediante el común uso del mismo tanto en conversaciones triviales como trascendentales. Es decir, forma parte de la vida de los protagonistas como su propia piel, por eso mismo funciona y provoca las risas del respetable, porque es totalmente creíble. Y aunque la situación sea desesperada, el humor no es más que un mecanismo de defensa, de control del pánico (funcione o no), una demostración de fragilidad tanto del autor como del receptor, es humano. Affleck desarrolla la historia sin demasiados histrionismos pero eso no evita que goce utilizando numerosos (y disfrutables) travellings y montajes paralelos para acelerar el progreso natural de la historia, aportando intensidad y ritmo narrativo. El problema reside en que esto no es una constante y la mezcla de montaje no es la adecuada, ya que se torna contemplativa por momentos, permitiendo peligrosos tiempos muertos dedicados a temas sin importancia dramática que inciden notablemente en la regularidad de una narración que sufre altos y bajos. Otro de los desaciertos del libreto de Chris Terrio es el insípido tratamiento de la vida personal del personaje de Affleck, recurriendo a un facilón falto de equilibrio familiar con hijo y mujer de por medio. Ni Terrio ni Affleck le dedican el tiempo necesario a esta historia (no más de dos minutos) para que nos interese en lo más mínimo, por lo que la posible redención o no del protagonista es irrelevante. Lo mismo ocurre con el personaje de Alan Arkin, siendo comentado de pasadas parte de su pasado. Ninguno de los demás personajes cuenta con pasado, lo que, con la historia tan potente que se tiene entre manos, pienso que hubiera sido lo ideal para todos. Otro de los puntos flacos del guión (apoyado totalmente con la dirección) es el giro inesperadamente patriótico USA que toma la trama en su recta final, en contraste con un primer y segundo acto rebosante de críticas al sistema político americano y a la industria cinematográfica procedente de Hollywood (con punzantes diálogos entre los geniales Goodman y Arkin). Es uno de los tics de los que el Affleck director no ha podido desprenderse con respecto a Gone, baby, gone y The Town. Los tres films albergan un efectista, molesto y sensiblero orgullo nacionalista representado en pequeños y burdos detalles sin que, afortunadamente, tengan más importancia dentro de la trama. Aún así neutralizan parte del esfuerzo realizado en construir un enjuiciamiento y autocrítica moral a las acciones de su gobierno, ya que pudiera parecer que los breves fragmentos ensalzadores regionalistas ejemplifican una posible redención yanqui, lo que es una trampa moralista que muy poco o nada guarda relación con la gran mayoría de lo anteriormente narrado.

Como decía el sabio director de westerns (así mismo se definía él) John Ford, el 90% del éxito de una película depende de un buen casting. Y Affleck lo tiene. Y lo sabe. John Goodman, Alan Arkin, Bryan Cranston, Taylor Schilling, Michael Cassidy y cía aportan la calidez y el verismo necesarios que una película de estas características requería, ya que el “basado en hechos reales” es un arma de doble filo que puede explotar sin previo aviso de no contar con un reparto creíble. Solo un inconveniente, y es que el grupo de los seis es dibujado siempre como grupo y jamás como individuos, por lo que es muy difícil sentir su miedo, su desesperación, su rabia como uno solo, sino como una comunidad de la que el espectador no forma parte. Evidentemente hay momentos de tensión en los que padeces junto a ellos por el simple hecho de tratarse de un grupo reducido contra una muchedumbre (la alianza con el más débil no falla nunca, y si no echarle un ojo a Gladiator) pero eso se debe a la pericia de Affleck tras las cámaras. Y es que si hubiera que elegir solo un par de momentos, sin duda destacaría su trepidante e intenso principio y el orgásmico final (lástima que se añadan cinco minutos innecesarios que hacen que el film no acabe en clímax), instantes donde la combinación entre montaje, dirección y guión funciona como un reloj suizo. El score del cada vez más solicitado Alexandre Desplat contribuye a la creación de un ambiente amenazante y angustioso. La fotografía de Rodrigo Prieto imita con tino los efectivos policíacos setenteros con su tan peculiar grano y poca variedad de tonos. Es imposible dejar de pensar en el Lumet de los setenta con Serpico (1973), Network (1976) o Dog Day Afternoon (Tarde de perros, 1975) a la cabeza, en el Costa-Gavras de Missing (Desaparecido, 1982), Eat de siege (Estado de sitio, 1973) o Z (1969), e incluso en el Spielberg de la infravalorada Munich (2005), para mi una obra maestra absoluta. Lejos queda el similar temáticamente hablando Bloody Sunday (2002), de Paul Greengrass, donde la apuesta por el estilo documental no tiene parangón dramático ni filtros a la cruda realidad. La mordiente sátira sobre el juego de Hollywood bebe de forma natural de The Player (El juego de Hollywood, 1992) del maestro Robert Altman, donde no queda títere con cabeza (suponiendo que la hayan tenido antes, claro). Es en esa negra comicidad cuando la película se torna amena, divertida y placentera. Pero si hay un aspecto de la cinta que luce sumamente real es el miedo occidental a todo lo que huela a Oriente Medio. La sensación de peligrosidad que se respira en las calles de Teherán es inmensamente auténtico (quien haya realizado un par de viajes a lugares similares me entenderá) y la cámara del intérprete de The Company Men saca todo el partido a los fugaces paseos del “equipo de filmación” por sus calles, convirtiendo a los lugareños en una especie de zombies sedientos de la sangre de nuestros protagonistas. Otra cuestión a debatir sería la demonización que Europa y América llevan años profesando hacia diversos países, atacando sistemáticamente sus religiones y costumbres por puro desconocimiento. Pero no es menos cierto que ciertos sectores de estos países señalados se encuentran cómodos en sus papeles de villanos y abanderados de la libertad, de “su libertad”. Es un tema largo y tedioso pero me niego a creer en los blancos y los negros, prefiero los grises por su componente humano, ya que cualquier gris puede virar hacia la luz o la oscuridad, sin extremismos estereotipados.

Según cierta prensa, Affleck parece ir encaminado a convertirse en un cineasta comprometido con la actualidad y ya le llueven las comparaciones con el último clásico vivo, Clint Eastwood. No puedo estar más en desacuerdo, ya que si algo está demostrando el firmante de The Town es un gran sentido del espectáculo y del entretenimiento, pero adolece de un espíritu analítico y profundo para sumergirse en una complicada trama política como puede ser Good night and good luck (Buenas noches y buena suerte, 2005), de su amigo (y uno de los productores de Argo) George Clooney. Por suerte, su carrera como director no ha hecho más que comenzar y juega a su favor contar con una buena base donde poder cimentar nuevos conocimientos y habilidades, es decir, que no está totalmente definido en el presente. Por otra parte, admito que la semejanza entre Eastwood y Affleck a nivel de carrera cinematográfica es evidente, pues ambos fueron acusados de actores mediocres y sorprendieron positivamente en su posterior salto a la realización. Pero ni su estilo narrativo ni su lenguaje visual es similar, elementos indispensables para establecer una comparación sostenible. Recuerdo que también se dijo lo mismo de Sean Penn cuando pasó de delante a detrás de las cámaras. Parece que hay mucho interés en encontrar a un relevo natural de un Clint Eastwood que todavía tiene mucho que decir (aunque no lleve a cabo una película memorable desde Gran Torino en 2008). Para finalizar, me llama la atención que una película con mensaje pacifista como esta, incluya escenas que justifiquen la violencia como la que tiene lugar en el dramático y brillantemente construido arranque, en la que uno de los militares intenta, sin suerte, dialogar con los sublevados. Cierto tipo de violencia solo responde ante una violencia aún más dura y radical, ya que las semillas del odio implantando desde la cuna ciegan la racionalidad de (casi) cualquier ser humano. Paradójicamente, Terrio y Affleck cimentan la trama en un rescate nunca revanchista ni malicioso, sino únicamente ambicionando recuperar lo que es de su propiedad, las vidas de sus compatriotas. Y lo ejecuta tomando como referencia el modelo de héroe solitario. Un hombre, Affleck (al que la barba le hace un gran favor interpretativamente hablando pero que debería plantearse pasar el testigo protagonista a otros actores) contra un descabellado plan, un país enemigo y su propio gobierno. Salvando las distancias, a modo de Gary Cooper en High Noon (Solo ante el peligro, 1952), Eastwood en Pale Rider (El jinete palido, 1985) o Toshiro Mifune en Yojimbo (1961). En fin, Argo fuck yourself! (chiste privado que se perderán si acuden a ver Argo en su desastrosa versión doblada).

 

Nota: 7/10

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