[Sitges 2013] Reseña: ‘Drug War’ (2012)

COLOSAL PUESTA EN ESCENA DE LAS BALAS MÁS FURIOSAS DE CHINA.

Cuenta la historia del jefe de un cartel de la droga que es arrestado tras verse involucrado en un accidente automovilístico.

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Ficha Técnica

Título original: Du zhan (Drug War)
Año: 2012
Duración: 107 min.
País: China
Director: Johnnie To (AKA Johnny To)
Guión: Wai Ka-Fai, Yau Nai-Hoi
Música: Xavier Jamaux
Fotografía: Cheng Siu-Keung
Reparto: Louis Koo, Sun Honglei, Crystal Huang, Michelle Ye, Lam Suet, Cheung Siu-Fai, Lam Ka-Tung
Productora: Coproducción China-Hong Kong; Hairun Movies & TV Group / Milky Way Image Company
Género: Thriller | Yakuza & Triada. Drogas

Crítica

Hay directores sabedores de que su habilidad principal no es darle vida a las descripciones casi literarias que residen en un guión cinematográfico, por lo que se limitan a disimular sus defectos y otorgarle prioridad a unos diálogos que camuflen su falta de talento visual. Ocurre constantemente, sobre todo cuando grandes estrellas protagonizan la película de turno. Solo tienes que iluminarlos bien, que suelten tres chorradas, una sonrisa y…voilà! Ya eres oficialmente un director especialista en dirigir actores. Farsantes los hay en todas partes. Pero Johnnie To no es uno de ellos. Porque él está seguro de su trabajo, de su planificación y de la contundencia de su puesta en escena. No solo no rehuye las escenas sin diálogos sino que las busca, las propicia. Y no únicamente por pura acción, sino para mostrarnos metodología procedimental que puede resultar aburrida a la vista de algunos impacientes. Pero producciones como The Wire cambiaron esa percepción para siempre. Contemplar la preparación de una operación, ir aprobando los pasos necesarios para ejecutarla y los silencios de oficina que eso trae consigo, es interesante de mostrar. Y de ver. Porque aporta verismo y credibilidad, y porque ayuda a familiarizarse con unos personajes que apenas hablan y que no nos han presentado, en otra de las decisiones acertadas del film. Porque Johnnie To, Wai Ka-Fai y Yau Nai-Hoi (estos últimos, guionistas) optan porque sean sus acciones los que los definan. Sus miradas, sus engaños, sus facciones. La mayoría son tan extremos que no necesitan una presentación individual que los ubique en la película. No hay un vacío en esta no-construcción porque mientras tanto, ocurren y hacen cosas, se relacionan mecánicamente pero su otro lenguaje, el no directo (cercano al subtexto) los cala adecuadamente. No les conocemos realmente (y si es así con alguno, miente igual), por lo que cabe la posibilidad de que cualquiera sea una bomba de relojería a punto de explotar, alimentando posibles sorpresas. Son moralmente ambiguos, confusos, turbios, son personas y su representación de la ley (o del crimen) no les va a parar a la hora de manifestar sus emociones o impulsos. Y eso es fascinante. Las no etiquetas. No saber como se va a comportar alguien simplemente mirando su uniforme. Lo tienen todo para ser máquinas, pero son más humanos que la mayoría de personajes parlanchines incansables. Como decía en el inicio, To confía en su pulso dramático y en su calidad como creador de imágenes de acción. Y no es para menos. La cámara siempre está situada en el lugar más adecuado, aportando espectacularidad cuando se requiere, incluso recurriendo a medios como cámaras de vigilancia, de tráfico y ocultas en las ropas de los personajes. A pesar de tratarse de un thriller policial, el grado de autenticidad es muy alto precisamente por la selección de estos puntos de vista, sobre todo cuando se pulen en un montaje finísimo siempre atento a duplicar el impacto de la filmación original. El ritmo mantiene una regularidad que elimina los cambios bruscos y los baches narrativos, alternando con maestría situaciones frenéticas, diálogos templados y el necesario reposo dramático tan difícil de medir en este tipo de producciones (sobre todo en lo que a bajadas de ritmo se refiere, donde es tremendamente complicado insuflar nervio más tarde).

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La película aprovecha el auge del conocimiento del público medio y su interés por la metanfetamina gracias al éxito mundial de la serie de AMC, Breaking Bad (como la echamos de menos…), para servir en realidad un thriller de concepción y planteamiento clásico donde el juego del gato y el ratón alimente persistentemente otras subtramas, además de la trama principal. The Killing (Stanley Kubrick, 1956), The Usual Suspects (Bryan Singer, 1995), Seven (David Fincher, 1995) o la irremediable Heat (Michael Mann, 1995) se presentan como buenos y probables referentes. En lo concerniente al esqueleto de la película, es simple. Policía infiltrado pilla a maleante. Maleante ayuda a detener al resto de la banda o va a la cárcel de por vida. Escenas  de tensión irrespirable con narcotraficantes, peligrosas infiltraciones con mafiosos, rutinaria preparación de las operaciones y espectaculares tiroteos. No hay más. Y no hace falta más. Porque To filma con una furia descomunal, como si Drug War fuera la última película realizada de la historia del cine, como si de su visionado dependiera el destino de la humanidad, como si se fuera a vaciar un cargador entero en el pecho al terminar el rodaje. No hay reservas y si bellos tiroteos interminables, cada uno más impactante que el anterior. Acción seca, violencia cruda y descarnada perpetrada por auténticas bestias, algunas disimuladas bajo una piel de cordero. No hay límites morales respecto a los daños colaterales. Cualquiera puede caer y cualquiera puede servir de protección, incluidos mujeres y niños. No hay un parachoque moral en el que protegernos. Hay más presencias fantasmales y venganzas que héroes verdaderos, con pasajes que parecer sacados directamente de una película de Sergio Leone. Las muertes sin honores se suceden, transformando el thriller en western y las calles asfaltadas en un desierto infestado de balas furiosas, siguiendo una coreografía tan precisa como asesina. Y, a pesar de todo, Drug War contiene golpes de humor que rebajan la tensión y dramatismo, sucediéndose en momentos inesperados y hasta chocantes. Como Leone (y Peckinpah, por supuesto), To usa estas coyunturas para reírse de su propia solemnidad y desdramatizar un poco el relato. La cinta todavía tiene tiempo para dejarnos un par de reflexiones sobre la pena de muerte y la idoneidad del trabajo conjunto de policías y ladrones. Los acostumbrados a romper la ley, a matar, a inundar las calles de drogas y beneficiarse sin escrúpulos de las adicciones del resto, son ratas. Es posible que en la policía también las haya, que la corrupción sea un gran problema y los abusos de autoridad se produzcan con insistencia durante la película, pero eso no quita para considerar escoria a estas bandas organizadas. No es una división simplista del buenos/malos (de hecho el final de la película hace hincapié en ello) sino plasmar en imágenes una realidad que decora cada día las pantallas de televisión de los habitantes de China. Si algo ocurre, se cuenta. Y eso no quita para que, durante el proceso, se pueda realizar una de las obras fundamentales del género policíaco de los últimos cuarenta años. Impresionante.

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