Profundamente deprimido, un vampiro y músico decide reencontrarse con su amante. Él está en Detroit, ella está en Tánger. Conseguirán reunirse, pero la aparición de la hermana de ella romperá el idilio. Jim Jarmusch firma una atípica película de vampiros, en la que la cultura ocupa un lugar fundamental. Un filme completamente nocturno, en el que la edad de los protagonistas choca con las maneras del mundo contemporáneo.
Ficha Técnica:
Título original: Only Lovers Left Alive Año: 2013 Duración: 123 min. País: Reino Unido Director: Jim Jarmusch Guión: Jim Jarmusch Música: SQÜRL Fotografía: Yorick Le Saux Reparto: Tilda Swinton, Tom Hiddleston, Mia Wasikowska, John Hurt, Anton Yelchin, Slimane Dazi, Jeffrey Wright Productora: Recorded Picture Company / Pandora Films / Faliro House Productions Género: Fantástico. Romance | Vampiros. Drama romántico
Crítica:
El cine de Jim Jarmusch siempre ha sido considerado un arte raro, abstracto en ocasiones, donde sus personajes pululan de un lado para otro sin saber muy bien porqué, donde en la mayoría de ocasiones cuenta con una historia atractiva de fondo y buenos diálogos. Night on Earth (1991), Ghost Dog: The Way of the Samurai (1999) o Broken Flowers (2005) pertenecen a este grupo. Pero existe otra variante en su cine, aún más independiente, excéntrica y consciente de si misma. Coffee and Cigarettes (2003), Dead Man (1995) o The Limits of Control (2009) son apropiados ejemplos. Jarmusch es un cineasta minimalista, que huye de las estructuras narrativas convencionales para tratar de crear algo nuevo donde la historia no importe demasiado y si la conexión entre sus personajes. Evita Hollywood, aunque no a algunos de sus actores, a los que utiliza para representar a sus característicos personajes solitarios, mayoritariamente encantadores, incomprendidos y modernos. El uso de la música es primordial en su cine, tanto que en ocasiones el tempo de sus películas se asemeja al de un concierto de jazz, donde la improvisación y el caos reinan por doquier. Pero llega un momento en el que un director de cine se cree todo lo que dicen de él, todos los halagos y cumplidos, y se crece. Se crece y quiere ir más allá, demostrar que aún puede innovar más de lo que lo ha hecho y llegar más lejos de lo que nadie se había imaginado. Es entonces cuando nace Only Lovers Left Alive. Porque, sinceramente, me cuesta mucho imaginar que este film no tenga su origen en alguna apuesta con algún artista o músico que le haya retado a hacer algo excesivo hasta para él. O eso o es una broma privada para compartir con sus admiradores que, sin duda, recibirán la película con una admiración desmedida. Si ya de por si su cine es minoritario, en este caso basa su argumento en una historia atípica de vampiros, subgénero que hace años que está de moda pero que no deja de estar considerado como un fenómeno de culto (dejando al margen Twilight y basuras de ese estilo). Personalmente, el cine de vampiros jamás me ha despertado algo que no sea pereza y rechazo, salvo por Nosferatu (F.W.Murnau, 1922), Vampyr (Carl Theodor Dreyer, 1932), Låt den rätte komma in (Tomas Alfredson, 2008) y alguna que otra producción clásica de Universal o Hammer. Porque el vampirismo tiene más de subcultura que de género cinematográfico en si, y no es un estilo que me resulte particularmente atractivo, por los mismos motivos por los que no me atrae absolutamente nada Only Lovers Left Alive. La película trata sobre una pareja de vampiros enamorados que escuchan música, beben sangre y hablan sobre hechos históricos en los que ellos han participado (por cierto, las bromas con su edad dejan de hacer gracia a la segunda o tercera vez de repetirlas…y lo hacen demasiado). Y no mucho más que eso. Si, por ahí se dejan caer Mia Wasikowska o Jeffrey Wright, pero sus papeles no aportan absolutamente nada, que es lo peor que se puede decir de la escritura de un personaje. Las esperanzas de que la historia termine de arrancar se disipan a los pocos minutos, cuando el ritmo lánguido y pesado hace mella sobre ti y solo esperas que pase algo, cualquier cosa, que te saque del tedio más absoluto. Es entonces cuando aparece la música.
El apartado musical, casi siempre brillante en las películas de Jarmusch, aparece como un oasis en el desierto para despertarnos y establecer una pequeña porción de optimismo en nuestra cabeza. Pero solo es eso, optimismo. La realidad es que, por muy buena que sea la selección musical, el panorama no cambia. Los personajes siguen anclados en no hacer nada y en resultar ser lo menos interesantes posibles. Y lo consiguen sin una gota de sudor en su frente. Ellos están en su fiesta donde oyen y beben lo que quieren y tú estás condenado a asistir a ella como un voyeur maniatado, obligado y con la moral muy baja. Porque la historia no va a ningún lado y, lo que es peor, no pretende ir a ningún lado, solo recrearse en su vacía pretenciosidad estética y su total falta de discurso. Bueno, en realidad la ausencia de discurso no es absoluta, pues Jarmusch suelta de vez en cuando cutres y burdas críticas a la industria musical y a ciudades como Los Ángeles o Londres. Reprocha el totalitarismo de la industria musical mientras admira el interior de una guitarra artesanal, en una consideración de lo que es puro y lo que no. Mientras que los personajes intentan evitar a toda costa poner un pie en Los Ángeles o Londres (extrañamente, si aceptan Madrid), que son consideradas la estación central de la maldad y el capitalismo. La película también esconde un utópico deseo de que algún día sea la mayoría la que quiera integrarse en la minoría, que es la que posee el control de la verdad absoluta y la que parece comprender el sentido de la vida, la cual entienden que está basada en un existencialismo esnob de referencias culturales pop post-modernas. Los nombres de Adán y Eva, lógicamente, están ahí por una razón. El arte como lujo privado de uso personal intransferible, fuera de las garras de la industria que lo utilizaría para exhibirlo y beneficiarse de él, así como la incapacidad del público general para admirarlo por su propia iniciativa, son otras de las reflexiones que realiza Jarmusch, que parece querer justificar con este alegato la propia existencia de su película, alejada de los tan despreciados convencionalismos. Honestamente, Jarmusch podría salir en pantalla y confesar un triple homicidio, que yo no me enteraría, pues la insoportable cámara lenta, la indefinición de la historia por elección propia, su relamida pretenciosidad, los estúpidos y rancios diálogos de sus aburridos y fastidiosos protagonistas, su estética vacía y frívola, su extremadamente larga duración y su ridículo autoconvencimiento de gozar de una identidad trascendental única y metafísica, me dejan en un alarmante estado de agotamiento emocional donde no distinguiría a Orson Welles de Tom Green. 123 minutos que aparentan ser 246, contemplando a dos seres adormecidos e indolentes supuestamente cool y outsiders, mientras Jarmusch se ríe de nuestras reflexiones sobre la angustia, la esperanza, el duelo, la melancolía y los anhelos de eternidad al tiempo que piensa:»vaya, mi psicoanalista tenía razón, si que se podía hacer una película con solo veinte hojas de guión».
Mi Amor.SevillaFC.Cine.Series.He escrito1WesternNoirRoadMovie.Bob Dylan,Bowie.Jim Thompson.Escribo sobre cine.The Wire,Kubrick,TheSopranos,Scorsese,Breaking Bad
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