Reseña: ‘The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro’ (2014)

Peter Parker lleva una vida muy ocupada, compaginando su tiempo entre su papel como Spider-Man, acabando con los malos, y en el instituto con la persona a la que quiere, Gwen. Peter no ve el momento de graduarse. No ha olvidado la promesa que le hizo al padre de Gwen de protegerla, manteniéndose lejos de ella, pero es una promesa que simplemente no puede cumplir. Las cosas cambiarán para Peter cuando aparece un nuevo villano, Electro, y un viejo amigo, Harry Osborn, regresa, al tiempo que descubre nuevas pistas sobre su pasado.

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Ficha Técnica

Título original: The Amazing Spider-Man 2: Rise of Electro (The Amazing Spiderman 2)
Año: 2014
Duración: 152 min.
País: Estados Unidos
Director: Marc Webb
Guión: Alex Kurtzman, Roberto Orci, James Vanderbilt, Jeff Pinkner
Música: Hans Zimmer, Pharrell Williams, Johnny Marr, Michael Einziger, Dave Stewart
Fotografía: Daniel Mindel
Reparto: Andrew Garfield, Emma Stone, Jamie Foxx, Dane DeHaan, Paul Giamatti, Sally Field, Embeth Davidtz, Colm Feore, Denis Leary, Marton Csokas, Sarah Gadon, Chris Zylka, Martin Sheen, Chris Cooper, Mark Doherty, Stan Lee
Productora: Marvel Enterprises / Columbia Pictures / Sony Pictures
Género: Fantástico. Acción. Aventuras | Superhéroes. Cómic. Marvel Comics. Secuela
Web Oficial: http://sonypicturesreleasing.es/watch/the_amazing_spiderman_2

Crítica

Suele ocurrir, en esta alocada y descontrolada vorágine de adaptaciones de cómics que parece no tener fin, que la compañía de turno elija para llevar el timón de su mastodóntica producción a un director de renombre, a un artesano o a un autor. Más o menos, son las tres variantes que nos podemos encontrar en esta clase de productos. Warner Bros confió su murciélago de los huevos de oro a Christopher Nolan, acompañado de su hermano Jonathan y David S. Goyer. El objetivo de dicha decisión no era otro que el de aprovechar el tirón de las primeras películas del británico, cuyo éxito le estaba abriendo camino a pasos agigantados en la industria hollywoodense, gracias a la notable Memento y a la inferior Insomnia. El director de The Prestige cambió radicalmente la visión que el público tenía respecto a Batman (que mutó de la historieta malsana y divertida de Burton a la estupidez kitsch de Schumacher), en parte gracias a un tratamiento oscuro e intenso del personaje principal y sus allegados. Algo que sería altamente imitado por gran parte de las películas de superhéroes posteriores.

En este caso no se buscaba tanto el toque Nolan, como el apellido Nolan. Pero, afortunadamente para Warner Bros (y para nosotros como espectadores), la mirada del director se impregnó en cada fotograma. Por supuesto, también existe el caso contrario. Contratar a un artesano no es una elección desdeñable cuando la película cuenta con un guión con personalidad y las indicaciones parecen partir de la oficina de los productores más que de la silla del realizador. Captain America: The First Avenger (Joe Johnston), Iron Man 1&2 (Jon Favreau), The Incredible Hulk (Louis Leterrier) o Green Lantern (Martin Campbell) son buenos ejemplos. El hecho de contar con una estrella de repercusión internacional como Chris Evans, Robert Downey Jr., Edward Norton o Ryan Reynolds, minuciosamente arropada bajo el manto de grandes secundarios, debía propiciar esta falta de afecto por la elección de un director mínimamente competente (y eso que guardo cierto aprecio a Martin Campbell). Y, por último, los autores. Saltos al vacío de personas que manejan presupuestos millonarios con fe ciega en directores cuya visión se presupone diferente al resto.

Igualmente, al estar amparados en famosos rostros de Hollywood que arrastran de por si a una legión de seguidores, se podría decir que el riesgo es relativo, calculado. Este grupo lo engloban gente como Joss Whedon y sus The Avengers, Matthew Vaughn y X-Men: First Class, Bryan Singer y X-Men, o James Gunn y la futura Guardians of the Galaxy, entre otros. Sabes que el público va a acudir en masa a las salas por tratarse de adaptaciones de cómics, cuyo merchandising en forma de videojuegos, camisetas o tazas para un café que nunca se bebe, se encuentra en un perenne estado de auge. Por eso mismo, ¿Qué mejor oportunidad qué esa para poner a prueba el talento y la capacidad de innovación de futuros cineastas estrella? Obviamente, hay que contar con contradicciones negativas como Kenneth Branagh y su insulso Thor, una película que parecía estar dirigida por cualquiera menos por el firmante de In the Bleak Midwinter. Toda esta parrafada para decir que la opción de Marc Webb para hacerse cargo de la franquicia de Spiderman después de haber dirigido únicamente una película (la notable 500 Days of Summer), constituía una osada y acertada designación.

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Sin embargo, la primera parte de este nuevo reboot no prometía demasiado, sin duda condicionado por la cercanía en el tiempo de la trilogía de Raimi y la ausencia de novedades destacadas respecto a la misma. Diferentes actores, pero un tono algo insípido y cuadriculado para las previsiones iniciales. Es en esta segunda parte cuando Webb parece haberse liberado de presiones (supongo que el cambio de guionistas, salvo James Vanderbilt, habrá influido también) y pone toda la carne en el asador. Webb consigue llevar la historia a su terreno, que no es otro que el de la predilección por las relaciones entre personajes antes que la propia acción. No nos engañemos, hay mucha y buena acción, pero su protagonismo es el idóneo. Ni más ni menos.

El director de Indiana (EEUU) no pretende salvar la papeleta con una acumulación de explosivos aleatorios. Su mejor baza es su capacidad para describir a los personajes con pequeños detalles, efectuar un tratamiento psicológico de los mismos con respeto y sumo cuidado. Aún sabiendo que lo que tenemos delante nuestro son personajes sacados de una viñeta de cómic, apenas cuesta identificarlos como personas normales. Si, normales. Porque todos y cada uno de ellos guarda para si sus propios problemas y traumas. Todos mantienen una estrecha relación con el dolor y la falta de autoestima. Ninguno tiene un plan grandilocuente como dominar el universo, aunar poder y riquezas o ser un playboy descocado. No. Simplemente quieren encontrar su lugar en el mundo, necesitan ser aceptados por la sociedad, disponer de un entorno propio o, simplemente, algo tan básico como la supervivencia o la aceptación de la dignidad humana. Es la obtención o no de estas metas lo que les motiva a seguir adelante, lo que nos motiva a nosotros, como espectadores, a apreciar y empatizar con ellos. Porque he de suponer que no soy el único que siente lástima y comprensión por Electro y su invisible vida. O por tía May y sus intentos de ser reconocida por Peter como su «verdadera madre». Incluso por un niñato malcriado con la vida resuelta como Harry, cuya ambición máxima es permanecer respirando y no sufrir el trágico destino de su padre.

Son personajes «reales» movidos por el dolor, algo que todos podemos identificar en nuestras vidas, en un momento u otro. Por eso mismo los 152 minutos de metraje de esta The Amazing Spiderman 2 no se hacen largos en ningún momento. Son necesarios, porque se requiere tiempo para construir unos sólidos cimientos en las relaciones entre Gwen, Peter, Harry, Electro, tía May y compañía. De hecho, el clímax se construye en base a estos vínculos emocionales siendo la forma un simple medio para experimentar con el fondo y nuestras propias emociones. A todo esto acompaña el hecho de que por fin (POR FIN) disponemos de una adaptación cinematográfica del Hombre Araña donde la oscuridad cobra protagonismo y no se evaden momentos amargos ni se reducen a un mero chiste como en producciones anteriores. No es The Dark Knight pero tampoco lo necesita. Porque Peter Parker no es Bruce Wayne y su actitud hacia la vida son distintas. Parker siempre se ha caracterizado por sus combates poblados de bromas y chascarrillos, mientras que el enemigo número uno del Joker es la oscuridad hecha carne. Es por eso que se ha comprendido la idiosincrasia del personaje y sus hábitos, tanto por los guionistas como por por Webb y, como no, por un espléndido Andrew Garfield.

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Obviamente, cuando dispones de un reparto tan profesional y rebosante de facultades, todo es mucho más fácil. Desde la sobrecogedora capacidad dramática de Sally Field hasta la insultante juventud repleta de talento de Emma Stone o Dane DeHaan, pasando por unos contundentes y sutiles Andrew Garfield y Jamie Foxx., todos están magníficos. Me gustaría destacar a una Sally Field que ha entendido perfectamente la clase de papel que encarna (a fin de cuentas, esto no es Lincoln), echándose a un lado cuando toca y estremeciendo al respetable en sus escenas de lucimiento. También a Dane DeHaan, que nos hace olvidar por completo a James Franco y su torpe Harry Osborn, con una actuación que se produce «de dentro a afuera». Una de esas interpretaciones que solo te permiten cuando encarnas al villano de la función (Heath Ledger,, Tom Hardy, Tom Hiddleston). Lo que falló en el anterior film, el villano, es aquí una de sus mejores bazas, pues tanto Electro como el Duende Verde (el Rihno de Paul Giamatti es más una presentación para futuras entregas que otra cosa) se nos son presentados como tipos corrientes que sufren los caprichosos vaivenes de una vida injusta. Ambos gozan del suficiente periodo en pantalla como para poseer una personalidad propia y no adquirir la típica pose de malvado irracional.

Apuesto a que un segundo visionado nos haría ver a la pareja desde otra perspectiva, incluso más receptiva y comprensiva hacia los tormentos de su mundo. Inclusive los padres de Peter Parker, históricamente maltratados en las adaptaciones cinematográficas, disfrutan de su momento de gloria al principio del film, en una secuencia que recuerda a la inicial de The Dark Knight Rises, con un impacto emocional y físico considerable. Pero si hablamos de grandes momentos, sin duda hemos de hacer referencia a los dos combates con Electro. Cargados de brutalidad y efectividad en una coreografía visual insultantemente coherente donde, no obstante, quisiera destacar un tratamiento de sonido que funciona como perfecto director de orquesta de la propia acción. Marc Webb sabe utilizar la desafiante partitura de Hans Zimmer, Pharrell Williams, Johnny Marr, Michael Einziger y Dave Stewart para imprimir un ritmo frenético y elevar nuestro estado de tensión. Hay instantes donde la melodía y la profunda voz de Foxx se entremezclan, y el resultado es ciertamente intimidante. No hay que olvidar la selección musical de Webb para los momentos románticos de la historia, que parecen resultar descartes de los empleados en 500 Days of Summer, con grupos como Phosphorescent, The Neighbourhood o Liz. Para ser justos, algunos de esos momentos pecan de exceso de azúcar por un levemente forzado embellecimiento de situaciones aunque, como casi todo en este film, encuentra su forma de ser en los instantes finales. Por fortuna, Webb esquiva tópicos como el obligado debate sobre la idoneidad de los superhéroes callejeros, rápidamente cortados de raíz ante unas imágenes que hablan por si solas. Desde luego, nunca he entendido esa aversión a la ciudadanía comprometida de algunas historias, si no tienen como fundamento enaltecer la labor de las fuerzas del orden.

Sea como fuere, a Webb le interesan sus personajes, sus actos y sus consecuencias, por lo que la mayoría de elementos artificiales asociados a estas producciones quedan mayoritariamente fuera de metraje. Una cinta que aúna comedia, drama y acción de manera tan inteligente como efectiva, cuyos personajes respiran autenticidad por los cuatro costados y hace hincapié en la innovación de fondo por delante del conformismo y el conservadurismo, no requiere los ingredientes adulterados o postizos por los que muchos films del género suspiran.

 

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