EL NACIMIENTO PSICOLÓGICO DEL HOMBRE-SOLDADO.
Un grupo de desertores de la Guerra Civil inglesa se encuentra con un alquimista quien les propone encontrar un tesoro oculto en un campo inglés. El problema reside en que el tesoro puede no ser tal tesoro y las misteriosas energías que rodean la campiña comienzan a hacer mella en la moral y la cordura del grupo.
Ficha Técnica:
Título original: A Field in England
Año: 2013
Duración: 90 min.
País: Reino Unido
Director: Ben Wheatley
Guión: Amy Jump, Ben Wheatley
Música: James Williams
Fotografía: Laurie Rose (B&W)
Reparto: Julian Barratt, Michael Smiley, Reece Shearsmith, Ryan Pope, Richard Glover, Peter Ferdinando
Productora: Film4 / Rook Films
Género: Terror. Drama | Drama psicológico. Siglo XVII
Crítica:
El británico Ben Wheatley no hace cine para todo el mundo. Un rápido vistazo a su filmografía nos llega para entender que sus películas no son las clásicas que recomendarías a cualquiera. A cualquiera que no esté dispuesto a tener una mente abierta, al menos. Tanto Down Terrance (2009), Kill List (2011) como Sightseers (2012) son propuestas arriesgadas, extremas y extravagantes. Terror, comedia y drama mezclados y agitados dan como resultado un género nuevo, el género Wheatley. Aunque si sus películas anteriores son inclasificables, A Field in England se lleva la palma. Wheatley vierte en ella su pasión por lo experimental, por crear un lenguaje cinematográfico propio, con una lógica personal y una narración fragmentaria con cortes a negro que divide la trama en episodios. Eso y los diálogos contribuyen a proporcionar un matiz literario, como si correspondieran a páginas de una novela histórica macabra. El film no se basa en las normas conocidas en cuanto a estructura o sintaxis visual, va dirigido a un público muy específico, SU público, integrando nuevos elementos para hacerlo partícipe de la experiencia, que se sienta parte fundamental de la misma. La narración cede ante los experimentos de tipo formal relacionados con la imagen y el sonido de manera que no sea tan importante lo que se ve sino como se ve. Para captar toda la grandeza de la película, considero vital visionarla en una pantalla de cine (si es posible y el VOSE lo permite, claro) muy cerca de la misma, para que las sensaciones que provocan las imágenes te envuelvan y te encierren sin posibilidad de escapar. Que todo tu campo visual esté inundado por la pantalla, sin márgenes ni luces de seguridad. La cinta exige toda tu atención porque intenta crear un estado mental adecuado al principio para poder soportar la psicodelia que viene después. Sin distracciones, sin otros objetos que se interpongan entre la imagen y nosotros, el hechizo es total y único. Luego podrá gustar o no (en el Festival de Sitges mucha gente abandonó la sala a la media hora o prefirió dormir…) pero el modo en que se perciba y sienta la película influirá mucho en su correcta degustación. A Field in England es extrema, provocativa en sus formas y con un montaje muy expresivo y plástico. Su violencia hipnotiza y la creación de ambientes es magnífica y siniestra gracias a una conseguida fotografía de Laurie Rose. Como es habitual en el cine de Wheatley, el tono del principio no tiene nada que ver con el del final, debido a un nudo usado como medio transformador entre ambos extremos. Ocurrió lo mismo en Kill List, con resultados desfavorables puesto que los últimos minutos parecían corresponder a otra película diferente. Sin embargo, aquí la transición sucede desde el minuto uno, muy lentamente pero sin pausa y, a pesar de ser extraña en su desenlace, tiene sentido dentro de la lógica interna de la historia.
Dejando por un momento las alabanzas al apartado visual, A Field in England posee mensajes, ideas, reflexiones propias sobre el hombre y su esencia. En el entorno de una guerra, la Guerra Civil inglesa, cuatro hombres se ven forzados a formar una sociedad entre ellos para sobrevivir. De lo peor, la guerra, nace lo mejor, la creación de un colectivo. La guerra, como fiel representación de la muerte que es, nos iguala como hombres, nos coloca a todos al mismo nivel. En la guerra no importa si eres un general o un soldado raso, el aciago destino es igual para todos. De ahí, de la cruel contienda, surge una inesperada comunidad entre cuatro hombres con sus virtudes y defectos. No hay un líder, nadie lleva la voz cantante porque están descolocados, fuera de su elemento y con un desconocimiento que los lleva a la desnudez iniciática infantil. De esa ausencia de figuras paternales surgen alianzas, ayudas más o menos desinteresadas e incluso amistad. El problema viene cuando aparece un jefe de verdad, que además cuenta con uno de sus servidores en el grupo de cuatro. Se acabó la comunidad, vuelta al rebaño de ovejas que siguen forzosamente a su pastor. Tiranteces, tensiones, agresividad. Está en la naturaleza del hombre ser cruel con sus semejantes, alzarse entre ellos e intentar dominarlos para demostrar su grandiosidad. Dictador, esclavo, sirviente, bufón…vuelta a las etiquetas. Ya no son personas iguales entre ellas, ahora hay una numeración de categorías. Puede que en un mundo sin líderes, sin tesoros, sin intereses particulares, volviéramos a las raíces. A ser una agrupación de gente aliada y solidaria. O puede que acabásemos matándonos los unos a los otros, no lo sé. Pero lo que está claro es que la división de clases, la existencia de caciques y líderes de la palabra fácil, se traduce en pobreza humana y desunión. Imagino que de ahí la diferencia que hay para Jump y Wheatley de un “amigo” en boca de un amigo, a un “amigo” en boca de un superior. Una palabra, dos sentidos opuestos. Bondad y maldad representada en una sola palabra. Dicha escena es de las más emocionales de la película y su ubicación justo en el momento en que se produce es un ejemplo de que la clarividencia nos suele llegar en las situaciones menos oportunas, donde menos provecho le podemos sacar. Porque somos hombres. Humanos. Estúpidos. Arcaicos. Primitivos. Wheatley conduce el drama y el terror hacia el verdadero nacimiento del hombre, del soldado, cuando solo aceptando su naturaleza perversa puede evolucionar. La épica y la alucinación se combinan para crear algo nuevo, místico, visceral, original, que merece ser visto y, sobre todo, sentido. Aunque tengamos pesadillas con las escenas en ralentí. Es necesario. Gracias a seis actores maravillosos, la belleza conceptual de Wheatley adquiere una forma icónica. Julian Barratt, Michael Smiley, Reece Shearsmith, Ryan Pope, Richard Glover, Peter Ferdinando. Extraordinarios. Como dije al principio, A Field in England puede costar, puede exigir demasiado al espectador, además de engañar con su tono de comedia negra inicial. Pero lo mismo que exige al espectador se exige a si misma. Nada más y nada menos que transgredir el sistema establecido, manipular las leyes cinematográficas hasta el límite y modificar el concepto de narración tradicional de modo que nos obligue a refugiarnos en la imagen, que nunca nos engaña. ¿O si?