Reseña: ‘Noé’ (2014)

En un mundo asolado por los pecados humanos, Noé, un hombre pacífico que sólo desea vivir tranquilo con su familia, recibe una misión divina: construir un Arca para salvar a la creación del inminente diluvio. Todo comienza cuando, cada noche, Noé tiene el mismo sueño: las visiones de muerte provocada por el agua, seguidas de nueva vida en la Tierra.

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Ficha Técnica:

Título original: Noah
Año: 2014
Duración: 138 min.
País: Estados Unidos
Director: Darren Aronofsky
Guión: Darren Aronofsky, Ari Handel
Música: Clint Mansell
Fotografía: Matthew Libatique
Reparto: Russell Crowe, Jennifer Connelly, Emma Watson, Anthony Hopkins, Ray Winstone, Logan Lerman, Marton Csokas, Dakota Goyo, Douglas Booth
Productora: Paramount Pictures / New Regency
Género: Aventuras. Drama. Fantástico | Biblia. Religión. Cine épico. Catástrofes
Web Oficial: http://www.paramount.com/movies/noah

Crítica:

A primera vista, puede parecer descabellado pensar en Darren Aronofsky como autor de un biopic basado en el personaje bíblico Noé. Su estilo tirando a artificioso, exagerado a veces y tremendamente visual siempre, puede chocar con una historia que quizás reclamaba un poco más de serenidad y calma, incluso reflexión. Pero, repasando la carrera del director estadounidense, tal vez sea una decisión lógica después de todo. Porque el tema central del discurso cinematográfico de Aronofsky es la obsesión, en todas sus vertientes. Pi, fe en el caos y su obsesión por el descubrimiento de lo nuevo. Réquiem por un sueño y su obsesión por las drogas. La fuente de la vida y su obsesión por el amor. El luchador y su obsesión por las segundas oportunidades. Cisne negro y su obsesión por el éxito.

En manos de Aronofsky las simples motivaciones del personaje se transforman en psicosis, afectan a su forma de vida modificando por completo su visión del mundo que les rodea. ¿Y qué es la historia de Noé salvo la obstinación de un hombre por cumplir la voluntad de Dios pase lo que pase, caiga quién caiga? Porque ese es uno de los grandes aciertos del director de El luchador, convertir el motor de la historia, el detonante, en el todo y más allá. Nos interesa Noé como persona incluso más que como personaje por su tratamiento cercano, casi documental al mismo. Somos testigos de su progresión, en ningún momento se nos esconden sus defectos ni sus carencias como hombre. No estamos presenciando la historia de un Dios ni de un elegido para la causa, sino la de un hombre temeroso que se agarra a sus creencias con todas sus fuerzas ante la falta de oportunidades y opciones. Es el relato de un hombre y su fe, que llevará hasta las últimas consecuencias. Es la cercanía con el personaje la que nos permite encarar con otros ojos una historia que la mayoría conocemos de memoria, pues incluso en los momentos oscuros la cámara permanece frente a él, radiografiando minuciosamente al monstruo que lentamente va mutando ante nosotros. Y, a pesar de tratarse de un cuento de la Biblia, hay alicientes en ella para los no creyentes pues la película no deja de ser una tremenda historia de amor, de superación personal, del hombre contra los elementos.

Sinceramente, no veo motivos para la discusión ni para la polémica que ha generado debido a su contenido religioso. En lo referente a su literalidad o no de la Biblia, sus licencias, su flexibilidad argumental…vamos, se trata de un relato religioso aparecido en el mayor libro de ciencia-ficción de todos los tiempos, al menos en su trascendencia e influencia en la humanidad. La fuente original está poblada de metáforas, parábolas, mitos, leyendas, sinécdoques o fábulas para posibilitar la fácil comprensión de la doctrina cristiana. Por lo tanto, tiene el mismo sentido enfurruñarse porque haya ángeles convertidos en rocas que por la exclusión de Tom Bombadil de la trilogía cinematográfica de El señor de los anillos (incluso tiene más sentido esto último…). Y quién esto escribe es creyente en lo referente a un ente superior, llamémoslo Dios o simplemente fe, pero las sagradas escrituras están repletas de serpientes parlanchinas, mares abiertos o palomas venerables. Es decir, figuras. La exageración es un modo de realzar el relato y, puesto que todo es muy interpretable, no veo lugar para una discusión sobre la exactitud de la película de Aronofsky respecto a literatura.

Russell Crowe as Noah

De hecho, entiendo más las controversias originadas con La última tentación de Cristo de Scorsese o La pasión de Cristo de Mel Gibson. La pasión de Cristo, curiosamente, sigue a rajatabla los pasajes de la Biblia en los que se basa, decidiéndose por mostrar la violencia relatada en todo su esplendor, sin cortapisas, sin apartar la mirada. Obviamente, una versión tan violenta (y excelente, por otra parte), aunque fuera supuestamente respetuosa con el material original, no está bien vista en una sociedad mojigata como la nuestra donde la censura y las restricciones a los videojuegos, el cine o el arte en general son más duras que las sufridas por los verdaderos delincuentes en la vida real.

La última tentación de Cristo es directamente una maravillosa salvajada que trasciende cualquier análisis religioso, donde los límites solo los marcan la imaginación y el excepcional talento narrativo de Scorsese y Schrader. Pero, como digo, son casos más radicales de adaptaciones bíblicas. En realidad, lo que más me llama la atención de este ambicioso proyecto es la producción a lo Jerry Bruckheimer que parece estar inspirado en las historias bíblicas de los Simpsons (particularmente en el fragmento de Bart sobre David y Goliat). Por unos instantes, Aronofsky abandona el tratamiento del hombre y transforma al personaje en un héroe de acción made in Hollywood, sin escatimar en una grandiosidad y espectacularidad que se agradece por momentos, pero que resulta excesivamente pomposa en otros debido a una carga épica momentáneamente innecesaria.

Ya conocemos los delirios de Aronofsky, un director que elige el exceso antes que la contención. Y, aunque eso le penaliza en ocasiones, también es justo decir que sus transiciones entre escenas son de una gran belleza, dando fe de un soberbio uso de colores extremos y vivos que dotan de una extrañeza visual (para este tipo de producciones) a localizaciones, escenarios e incluso objetos inanimados. Es el toque autoral y personal del director de El cisne negro el que aflora en un montaje de unos tres minutos sobre la creación de la vida en el planeta, dando pie a una verdadera obra de arte que funciona asimismo como sobresaliente cortometraje, apoyada en una majestuosa pieza musical de Clint Mansell. Aunque también es de justicia reconocerle a Russell Crowe su sólida interpretación de Noé, captando sin aparente esfuerzo su debilidad, su grandeza, su caída a los infiernos de la locura y, como no, su humanidad. Por algo Crowe es uno de los mejores actores del actual panorama americano. No hay papel que no pueda interpretar.

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Noé consigue un punto de distinción respecto a la fuente original en donde el héroe está encarnado por un solo hombre y la humanidad es descrita como despojos que no merecen salvación alguna. La interpretación de Darren Aronofsky y Ari Handel es diferente, pues se incluye a Noé en el grupo de los villanos, si bien no a priori. Todos los villanos son humanos. Todos los humanos son villanos. Más bien, todos los humanos son humanos, imperfectos. Es decir, no existe el héroe puro que salvará la bondad de la humanidad. No hay lugar para héroes limpios de espíritu pues todos tenemos nuestras debilidades y nuestra propia balanza de lo correcto e incorrecto.

El propio Noé sabe que para llevar a cabo el gran plan que le ha sido encomendado, tiene que dejar atrás a cualquiera que se ponga entre él y el arca. Una pareja de cada especie animal, su familia y él. Nadie más. Es más, la interpretación de su «comunicación» con Dios es que la humanidad debe ser erradicada ya que la tierra no pertenece al hombre sino el hombre a la tierra. Eso transforma a Noé en el villano número uno de la película al final del segundo acto, totalmente ido, apartado voluntariamente de su gente y sus valores, adoptando los que su inquebrantable fe le transmite. Pero, y esto es un mensaje del film más que de las escrituras, cada uno guardamos en nuestro interior a nuestro propio Dios. Porque, llegado el momento, la capacidad de decisión nos pertenece y nuestros actos solo nos representan a nosotros mismos. Lo vemos en Noé. En uno de sus hijos. En su hijastra. Todos tienen sus propios planes y, aunque abracen la misma fe, llegado al extremo de quemarse o saltar, todos (o casi todos) elegimos saltar.

No hay uniformidad de criterios a la hora de determinar qué es bueno y qué es malo. Es cierto que existen unos valores comúnmente aceptados pero, debido a nuestra condición de propios dioses, la interpretación es altamente particular y personal. Por supuesto, después del error tiene lugar la tradicional culpa cristiana, esa que nos obliga a sentirnos mal por disfrutar, por reír, por simplemente vivir mientras otros lloran y mueren. Una locura. Pero, si para algo sirven las exageraciones de Aronofsky y Handel es para situar en la picota el fundamentalismo religioso, independientemente de sus creencias. ¿Hay qué llegar al modo paranóico de Noé? ¿Hay qué conformarse con lo mundano y lo austero hasta el extremo cómo Matusalén? ¿Hay qué seguir a rajatabla unas palabras escritas haces miles de años por vaya usted a saber quién, pisen a quién pisen? Eso es común a todas las religiones, pues todas tienen su espacio y lugar para radicales sedientos de sangre y adoraciones.

Pero, si hubiera que formular una pregunta después del visionado de Noé, al igual que después de leer el relato original, sería ¿Merece la vida el ser humano? Sin necesidad de basarme en Noé respondo que no pero también admito mi hipocresía porque, aún sabiendo la respuesta, no me quito la vida. Como el resto de humanos. Todos hipócritas, pero vivos. Todos vemos las maldades e injusticias de este mundo pero nos apañamos para sobrevivir con nuestra bonita venda en los ojos, en una constante huida hacia delante. ¿Y en lo referente a la película? Todo se resume en la relación entre Tubal-cain y Ham. Incluso en el arca donde se supone que habita la salvación de la humanidad, el último vestigio de fe del ser humano, el mal y la traición se abren paso. El ser humano es nocivo para lo que le rodea y para si mismo, nace malo por naturaleza. Tal vez sea por este motivo por el que el casi notable film de Aronofsky ha levantado ampollas. Ha realizado una crítica a la Iglesia, el ser humano y sus valores usando lo que más venera el planeta en la actualidad:los dólares de Hollywood.

 

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