El detonante del ‘cineasta bicéfalo’

Un repaso a los títulos más destacados de la filmografía de Joel y Ethan Coen

Hace mucho tiempo que los hermanos Coen se consagraron como lo que son: unos maestros del séptimo arte. Hace tanto que si viajamos en el tiempo y nos situamos en aquella primera mitad de los 80, cuando estos cineastas alumbraron el camino del relato violento e hiperbólico, estaremos incurriendo en una especie de anacronismo. ¿Qué puede quedar hoy día de aquellos hermanos cuyo debut triunfó en los festivales y dejó entrever (y no entrever sino refregarnos) su inapelable talento? Son muy pocos los directores  reconocidos y triunfadores tanto en la industria hollywoodiense como dentro de los círculos endogámicos del cine más independiente e intelectual. Además, Joel y Ethan Coen han sabido conservar sus señas de identidad, aleccionar al espectador a través de la mirada de caricaturas sureñas que, a pesar de su histrionismo, destilan una seriedad macabra, violenta, fría, calculadora, sarcástica, brutalmente perversa y absorbente. Reinventan el género negro mezclándolo sutilmente con el western, la histeria del thriller, la paranoia y la traición. El humor indisoluble, particular, de extraños matices.

Poseen una inteligencia matemática para unir imágenes y música; su gusto musical es exquisito, y así lo demuestran logrando que más de un sibarita entre en éxtasis al escuchar la versión que hicieron de Hotel California los Gipsy Kings, mientras contemplamos a cámara lenta a John Turturro lamiendo la bola antes de conseguir un strike. El gran Lebowski es ya una película de culto, y ciertamente la historia de El Nota no tiene desperdicio, tal vez sea la comedia negra menos cómica de todos los tiempos. Uno puede revisitarla de vez en cuando con la certeza de que John Goodman y su aversión hacia los nihilistas siguen intactos, de que no tienen fecha de caducidad, como su arrebato de cólera con un coche, o el perturbado careto de Steve Buscemi. También podemos constatar la pericia de los Coen pinchando música en Un tipo serio, filme en el que los Jefferson Airplane crean un magnético contraste entre la ortodoxia y la transgresión. Pero lo que reina, por supuesto, es la trama. Es decir, la historia. Ya sea gracias a Joel o Ethan, puesto que se turnan en esto de escribir, los guiones de los Coen son acertados y casi siempre brillantes. Sus diálogos beben de la mejor literatura, son densos pero atractivos e inteligibles. El libreto de Fargo (considerada su obra maestra) ganó el Oscar a Mejor Guión Original y arrancó el plauso de crítica y público. Más tarde, se harían de nuevo con la estatuilla –esta vez a Mejor Guión Adaptado- por No es país para viejos (filme que triunfó aquel año con los premios a Mejor Película, Mejor Director y Mejor Secundario para Javier Bardem, dejando en la cuneta a There Will Be Blood), basada en la novela homónima de Cormac McCarthy, y en la que vimos a Bardem interpretando maravillosamente al implacable asesino Anton Chigurh.

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Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, pues los de Minnesota tienen obras menores como Crueldad intolerable o Ladykillers, una comedia amable sin más pretensiones que las de hacer pasar un buen rato viendo a Tom Hanks y sus secuaces. Obviamente son innumerables las cintas que sí pueden ser –y son- consideradas puntas de lanza en su filmografía, entre ellas Muerte entre las flores, que nos traslada a los años de la Gran Depresión a través de dos gánsters que se enfrentan en una guerra por el poder, desatando corrupción y sangre. Quizá esta sea una cinta magistral aunque minusvalorada. Lo que sí está claro es que a la hora de enumerar títulos, Muerte entre las flores permanece en un segundo plano. Igual que O Brother!, una road movie en clave de humor salpicada de blues y repleta de guiños (sin olvidar la presencia Robert Johnson) a ese género nacido en el Delta y forjado en los cruces de caminos. En ella aparecían Turturro (uno de los actores fetiche de los Coen. Ahí queda su Barton Fink) y George Clooney, otra de las caras que ha repetido en varias de sus pelis.

No contentos con regalarnos esta larga lista de proezas cinematográficas, decidieron rodar el remake de un western (sí, como los de antes) clásico como Valor de ley, situando a Jeff Bridges en el lugar que ocupó anteriormente John Wayne. Y resultó una pieza sobresaliente, incluso al descubrirnos a la joven Hailee Steindfeld, que no ganó el Oscar porque Melissa Leo no quiso. A su vez, firmaron el mejor western desde Sin perdón (casi nada) y la mejor película del curso pasado. Con una fotografía espectacular, invadiendo las llanuras y vistiendo los interiores con tonos amarillos y grises suaves. Destacando, por supuesto, un personaje: el juez Cogburn (Jeff Bridges), cuya voz y gestos delatan alcoholismo y sentido de la justicia y lealtad. Una elegancia sucia.

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¿Y por qué dije antes lo de viajar en el tiempo? Me explico: anoche visioné Sangre fácil, la ópera prima de estos señores que en 1984, mostraron al mundo lo que estaban dispuestos a hacer: cine de primer nivel con un estilo personal y una estética árida, donde los sentidos juegan un papel esencial y la mente del hombre recurre a los instintos del coyote. El comienzo de la película es un ejercicio estilístico en toda regla: la cámara, fija y posicionada en los asientos traseros de un coche, muestra la conversación de unos amantes que tratan de salir indemnes a las consecuencias de su idilio. El coche transita por una carretera en mitad de la noche mientras diluvia y apenas se vislumbran las luces de los coches que se acercan de frente. Los parabrisas mueven sus brazos al compás de la música. Estamos en Texas, y Julián sabe que su mujer le es infiel. Así que, contrata a un detective que le mostrará las pruebas del delito: unas fotos en las que se ve a Ray (su empleado) y su esposa en la cama. Desgraciadamente las cosas no salen como había previsto, sino todo lo contrario. La ira y el deseo de venganza ofrecen una hora y media de escenas memorables, con increíbles movimientos de cámara y atmósfera de suspense. Una ocasión perfecta para disfrutar de Frances McDormand doce años antes de Fargo.

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